Capítulo XXIII
De un tiro por la culata
A Salvador Gabarda ya no le molesta Mariano, no le llama
por teléfono, ni le manda recados con
Bruno, como otras veces; parece –piensa- como si se lo hubiera tragado el mar,
como si se hubiera muerto directamente, que ya ni sale en el periódico, ni se
le ve por la calle o en el “Sotanillo”, que es cosa rara –le ha dicho hoy a su
padre-, porque Bracamonte llega el lunes y es obvio que algo tendrá que decirle
al pueblo, como Gobernador de Ciudad Dorada, que al personal lo tiene expectante y anheloso;
porque ve y contempla ensimismado las fotos del Dictador por las calles, en
todas partes, hasta en los escaparates de las lencerías y las vitrinas de las
pastelerías, junto a las bragas blancas y sostenes negros de señoras, y al lado
de los merengues de fresa y los tocinillos de cielo; sin más información que la
imagen de siempre: un Caudillo, tal vez algo más gordito, con la mirada al
frente -como debe ser- y una sonrisa demasiado seria. Y hoy, además, con el
Arco del Triunfo ya montado en la avenida que lleva su nombre, con un
retrato-dibujo horrendo en la calle adyacente
y la leyenda habitual en medio de mucho laurel y farfolla.
-¿Cómo lo llevas, Faustino?
¿Cubano o de Canarias?
-¡Te equivocas, Gabarda..!
Holandés de pura cepa, vía Larache. –precisa Faustino-
-Pues desde lejos parecía
otra cosa –afina Gabarda-, que el otro día me dio Marisol uno que, de momento,
me huele igual; y me aseguró que lo habían hecho a mano al otro lado del
charco...
-Son cosas de doña
Marisol... –marca distancias Faustino-
-No sabía que la estanquera
tuviera madre... –ironiza el resbaloso-
Pues yo tampoco, amigo.
-¿Qué quieres? –corta Salmoral el vacile-
-No, nada... ¿Sabes
algo de Mariano?
-Ahí lo tienes... –señala
Faustino a un balcón del Gobierno, para agregar- Vengo de entregarle unos informes que me
pidió.
Salvador Gabarda no quiere perder
el tiempo; se ha reservado la tarde para sus padres, que hoy es San Nicolás,
una fecha de mucho trajín en la cocina familiar y trasiego en el cuarto de
estar, que doña Ana Pantoja siempre lo celebra a lo grande, con mucha
charcutería de la fina y bastante huevo hilado; que siempre busca quedar más
que bien con su marido y con quienes asisten a la onomástica, que son pocos los
invitados y muchos los no previstos. Así que ya pasó esta mañana por Casa
Gervasio y la Dulce Alianza, porque prefiere ver y probar el género antes de
llevárselo. Algo natural para una buena anfitriona y mejor esposa y ama de
casa, que doña Ana lo tiene muy claro, que es ahí donde está el secreto de un
hogar estable para vivir y educar a los hijos, por muy cafres que le hayan
salido, que no es el caso. Así que Salvador, antes de sumergirse en un ambiente
de chorizo de cantimpalo y empanadillas de salmón, sube ya las escaleras del
Gobierno para decirle a Mariano que lo
del protocolo no puede esperar, que debe cerrarse ya, que toma o deja su
propuesta o todo se va al garete, por no decir a un sitio peor. Y con las ideas
muy claras en la mollera y las respuestas prontas a punta de lengua, por si es
menester, el resbaloso se tropieza en el rellano con el secretario particular
de Urbinovich.
-Maturana, dile a don Mariano que
estoy aquí, que he venido a...
Salvador no puede terminar
la frase, le interrumpe el fiel Cándido con no poco ahogo en la garganta y no
menos sofoco en la cara.
-Te puedes ir por donde has
venido, Gabarda, que el jefe está con una crisis de ansiedad y le está
atendiendo Roncillas, que hasta se ha traído el maletín por si las moscas...
-¿Tú crees que es grave o
como siempre, Cándido? –se apresura a cuestionar Salvador, no muy
sorprendido, para preguntar luego- ¿No ha venido Salmoral hace un rato?
-Si, y le he dicho lo mismo.
Ha dejado ahí una carpeta y se ha
largado.
¡Que cabrón, ni siquiera ha visto a
Mariano!
-piensa Salvador antes de retomar el interrogatorio...-
-Pero, ¿cómo está?
- ¿Qué quieres que te diga? –le responde el
secretario, para añadir- Lleva así desde anoche, que me despertó sin
esperarlo, con intención de que le llevara a la Casa de Socorro, que ya es para
preocuparse,¿oyes? que siempre ordena que le vengan a ver aquí, que dice que
prefiere morirse en casa... Un poema, Salvador... Al final -concluye- le
tuve que traer al despacho para estar más cerca del cardiólogo, que vive en la
esquina.
-Tal vez si le veo y digo
que todo está controlado –insinúa Gabarda- se le pase el canguelo;
porque no se trata de otra cosa,Cándido,
que te lo digo yo –sentencia- que está cagado por lo del lunes...
-Haz lo que te parezca, está
ahí en el mismo despacho, pero a mi no me has visto –le dice
Candido-.
Salvador Gabarda no se lo piensa
ni un segundo y golpea con los nudillos la puerta sin que nadie le responda.
Toma el pómulo entonces y abre por las buenas, a la brava, pero sin hacer
ruido.
(Ilustración nº 24 - 3Dibujo Pinteño - A toda página)
Usted se encuentra nuevamente,
como al principio de la historia, ante la falsa columna del despacho de don
Mariano Urbinovich y Sánchez Olmedo, gobernador de Ciudad Dorada. Aquí le
conoció. En poco o nada ha cambiado la estancia; sólo el cuadro de
Bracamonte, más joven para la ocasión, y
poco más. Los tres balcones están abiertos y dejan entrar, confundidos como entonces,
el aroma de los jazmines y madreselvas de la plaza y el rezumar pestilente de
las boñigas de los caballos esparcidas por el suelo de adoquines. No se escucha
esta vez a Mónica dentro de sus galerías -¡ya sabe!- devorando el mas puro
nogal en la mesa de don Nicolás Salmerón.
Y en pleno
escenario, todavía no se ha percatado Mariano de la presencia de Gabarda;
tampoco de la suya, porque –no se olvide- es invisible y le separan de todos
los personajes de esta historia, en el espacio y en el tiempo, más de cincuenta
años.
Ahora se apoya usted, por
última vez, en la falsa columna del despacho del Gobernador de Ciudad Dorada y
observa al doctor Roncillas, que le habla a la primera autoridad, desplomada en
su sillón y con el brazo extendido.
-No se ponga nervioso, don
Mariano, que no es nada... Sólo le voy a tomar la tensión.
-¡Ejem..! –se atreve a
exclamar el resbaloso-
-¿Quién está ahí? -dice el
Gobernador alzando la cabeza-.
-Soy yo, Mariano, tu amigo
Salvador, que me lo ha contado todo Cándido cuando he venido a traerte lo del
protocolo... Y no podía irme sin saber de ti.
El cardiólogo tiene que
suspender la presión del fonendo en el brazo de Mariano y se vuelve para
recriminar a Gabarda en un tono no muy cordial.
-¡Hay barquillos y tortas de canela...! ¡Tengo
barquillos y tortas de canela!
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