Capitulo III
De los encantos de la secretaria de Mariano
¡Qué
guapa está Maruja Cañete, "la tiburona", cuando mueve el culo! ¿Se da cuenta, mi querido amigo? Va a
explotar por ahí, por donde usted mira; y como se le rompa la faja, que Dios no
lo quiera, vamos a ir a parar todos a Melilla, como una piedra escapada de las
gomas de un tirachinas: silbando en el aire; sin tocar el agua hasta la plaza
de soberanía, en la mismísima cresta de África, para joder al moro.
-Pasa, Maruja.
No
se pierda detalle cuando la mujer abra la puerta del despacho de Mariano.
Sígala y ocupe la posición que tenía, al
principio de la historia, en la falsa columna. Desde ahí verá todo mucho mejor.
Relájese lo que pueda y a disfrutar.
-¿Me llamaba, don Mariano?
-Si, hija, entra de una vez.
El gobernador de Ciudad Dorada, que nunca fue padre, como usted sabe,
porque es maricón, siempre se dirige al subordinado masculino en término
filial; con paternalismo absoluto, todopoderoso, para que le respete aunque no
tenga razón, para poder tocarle sin levantar sospechas.
El caso de Maruja es
distinto y muy peculiar; ya ve, una hembra como un bizcocho que jamás ha
sentido encima, o dentro, un dedo de Mariano Urbinovich. ¡Y la llama hija, con lo mariquita que es! ¿Usted lo
entiende? Al menos, Cándido, el secretario perpetuo, le dice "hija de mi
vida"; pero siempre le da un tiento, le arrima lo que puede, para
luego recordar por la noche lo inevitable y ponerse en trance durante las
refriegas domesticas con su santa esposa, Manolita Esquilache... Pero lo de Mariano con Maruja, de
verdad, no tiene nombre.
-Siéntate ahí, hija, que te voy a dictar una carta.
Maruja Cañete, "la tiburona", ha hecho 36
años en julio y, por más que lo pretende, jamás ha logrado la apariencia de una
chica topolino. No lo necesita para nada. Diez años atrás lo intentó con una
dieta de escarola, embutidos y huevos duros; una grosería que le puso los
triglicéridos por las nubes y las tetas por los suelos. Tuvo que
desistir y enfrentarse con fórceps a su traje-sastre de esquinadas hombreras y
pata de gallo. ¡Si la llega usted a conocer por aquellas fechas! Cuando salía los domingos de misa de una, en San Pedro, y enfilaba el
Paseo de Bracamonte, los hombres dejaban el vermú sobre la barra del Gran Café
para verla pasar. Y se escuchaba: "Se mueve como una leona y enseña los dientes como un tiburón". De la frase, que solía repetir todas las
semanas don Gervasio Berenguel, funcionario de prisiones, le quedó a Maruja
Cañete su alias de escualo agresivo. Claro que, para Rosita Salagorri, la mujer
de don Gervasio, Maruja Cañete tenía el porte de una vaca asturiana entrada en
carnes y en leches. “Envidia cochina", solía responder el
funcionario al cotilleo de su frágil cónyuge, que terminó muriendo
prematuramente de una tisis galopante contra la que nada pudo hacer el sol de
Ciudad Dorada ni el médico de cabecera, Teleforo Pimentel, de quien se dijo
que la había rematado como era de
esperar.
-Cuando quiera, don
Mariano.
-Vamos a ver, hija, escribe...Se trata de pasar a limpio –precisa- la carta en clave
que me envía don Casildo.
(Ilustración nº
4 - Foto 3 – Despacho de Mariano - A toda página)
Y
le aclaro a usted -para que se haga una idea, ya que viene del futuro- que a
Maruja Cañete, "la tiburona",
le ocurre con las teclas de la máquina de escribir como a Tony Curtis
con las cuerdas de su contrabajo en la película "Con faldas y a lo
loco", que más que golpearlas o pellizcarlas, las abofeteaba
directamente. Algunos botones de la “Pivort” francesa de Maruja se van al
traste cada vez que los toca, por muy suave que lo haga, por más que intenta
anteponer la yema del dedo a la uña, que siempre le sobresale roja y firme,
brillante y sinuosa. Es la misma uña que pasa también, de vez en cuando, por
sus labios húmedos y carnosos; entresacando la lengua afilada y seductora, como
Verónica Lake en sus buenos tiempos o Kim Basinger en los de ahora: con la
melena rubia en cascada hasta cubrir el ojo derecho, mientras queda el
izquierdo en mirada furtiva e insinuante.
-"Camarada (dos puntos, a parte, con
mayúscula) Para concretar la inminente visita del Caudillo Bracamonte
a tu provincia (coma) té adjunto el programa oficial que me
remite el Cuarto Civil de Su Excelencia
(coma) detallando los actos (coma) horarios (coma) protocolo
e instrucciones generales (entre guiones) sobre el evento (punto y a
parte, con mayúscula) Antes de seguir
(coma) te recuerdo que tendrás que estar en el límite de
tu demarcación (entre guiones) Estación de ferrocarril de Moreda
(coma) a las ocho de la mañana del día once de los de corrientes (coma) acompañado del gobernador militar y del
subjefe provincial de la Movida (punto y seguido) En la estación
de Ciudad Dorada sólo aguardarán al convoy el alcalde (coma) el obispo de la diócesis (coma) el
presidente de la Audiencia y las mínimas autoridades que (coma) a tu entender (coma) deban
participar en la recepción de bienvenida (punto y a parte) Para qué
decirte (coma) que el recibimiento de los ciudadoreños tiene que
ser apoteósico (coma) ordenado
(coma) bajo control absoluto (coma)
y con las pancartas y leyendas que ya concretamos por teléfono
(punto y seguido, abre interrogación) ¿Habéis detenido ya a los de siempre?
(cierra interrogación, con mayúscula) La
recepción oficial será en la Plaza
Redonda (coma) donde llegará Su
Excelencia (coma) en coche descubierto (coma) acompañado del
alcalde (punto y seguido, con mayúscula) En el Arco del Triunfo sólo
debe figurar la siguiente frase (dos
puntos) Ciudad Dorada con Bracamonte
(punto final).
-¿Has terminado, hija?
-Si, don Mariano.
-Anda, hija; pásala a limpio
y me la traes.
Cambie
usted ahora de posición en la falsa columna
y dispóngase a seguir los pasos de Mariano Urbinovich camino del "Sotanillo" y luego de
la barbería, a la vuelta de la esquina, en el extremo sur de la plaza rectangular,
allí donde el olor del jazmín y de las madreselvas se solapa ya con los
efluvios del café que prepara Ricardito Morales.
-¿Hace un ponche bien cargado, señor Gobernador?
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