Aquí os dejo el primer capítulo...
Capitulo I
De las tribulaciones de un Gobernador
Está
usted apoyado en una falsa columna del despacho oficial de don Mariano
Urbinovich y Sánchez-Olmedo, gobernador de Ciudad Dorada. Desde esa posición le
observa; y él, al mismo tiempo, mira hacia donde usted se encuentra sin verle, porque les separan en
el espacio y en el tiempo más de cincuenta años. La vista de Mariano Urbinovich
sólo alcanza hasta la falsa columna que tapa parcialmente un viejo archivo de
madera pegado a la pared. Hay en la estancia tres balcones con postigos
abiertos que dan a una plaza rectangular discretamente alzada sobre calles
laterales y con una pérgola en el centro. Tiene las dimensiones de un campo de
fútbol y se esparcen por ella arcadas de ladrillo invadidas por enredaderas de
jazmín y bancos de mampostería con mosaicos arabescos adosados. Todo está
distribuido geométricamente, pero su conservación deja mucho que desear y el
conjunto carece de estética.
Unos
niños tiran piedras a los peces de colores de una diminuta y octogonal fuente
con surtidor; otros adolescentes juegan con palos a la guerra e invaden los
límites de una parcelita cuajada de geranios y madreselvas. Un cochero les
increpa desde el pescante de una ranchera dispuesta a rodar al trote de una
yegua cartujana pasada en años. En el ambiente se confunden el olor
predominante de la flor del jazmín con el de las algarrobas, que mastican y
engullen los caballos, y el de las boñigas, que aparecen esparcidas e
incrustadas, todavía humeantes, por el suelo de adoquines.
Suena
impotente la sirena de una ambulancia que no puede transitar. Un autobús mal
aparcado es el causante de tanta algarabía. Puede distinguirse a través de los
cristales, esmerilados y sucios, que no transporta a nadie. El conductor sonríe
mientras ocupa la acera para salvar el obstáculo. Un anciano observa la
maniobra desde una esquina de la plaza e intenta cruzar la calle sin
conseguirlo. Lleva en la mano derecha una boina negra que deja al descubierto
una calva total y sonrosada.
(Ilustración nº 1 Foto 1 –
Plaza de los caballos – A toda página)
Vuelve
usted a concentrarse en Mariano Urbinovich, que rebusca algo entre los papeles
amontonados sobre su mesa de trabajo. Un ligero golpe de viento penetra por uno
de los balcones y altera la que empieza a ser tarea de espigar folios y
cuartillas. A la espalda del gobernador hay una franja de pared que necesita
una mano de pintura. Se percibe la silueta desteñida que dejó un cuadro; y,
junto a ella, un gran desconchón recubierto parcialmente por un retrato
del Dictador Bracamonte.
Cambia
usted de postura en la falsa columna y empieza a saber que Mariano Urbinovich y
Sánchez-Olmedo es alpujarreño, de mediana edad, gordo, bajito, bastante calvo,
soltero, procaz, malaconsejado y, dicho sea de paso, algo maricón. De esto
último no se arrepiente y con cierta nostalgia y deleite recuerda muy a menudo
su primer brote instintivo y desviado hacia los especiosos traseros de sus
congéneres. Lo descubrió, muy de niño, en las trincheras de Laujar durante la
gloriosa Cruzada del 36, mientras limpiaban sus mosquetones los mozos venidos
de Capileira; de por sí, bien alimentados del puchero diario y duros de nalgas
y remos de tanto darle a la azada sobre la tierra labrantía y pobre en remolacha,
que era cuanto buscaban, en época, desde la salida del sol hasta su puesta,
siempre en postura soez y con la pana del pantalón gastada a la altura del
culo; cosa que, cuando no había refriegas entre nacionales y milicianos, jamás
pasaba desapercibida a sus ojos.
En
el fondo y a pesar de los pocos años, Mariano era tímido y sólo se había
aventurado a dar rienda suelta a la incipiente mariconería con Gasparito
Expósito -el tonto del pueblo- con quien vivió un idilio de varios meses en el
pajar de la era, junto a la placita de toros, mientras los gorriones, a
saltitos, rebuscaban el grano una vez concluida la faena de trillar la mies: el
otro deporte rural del verano.
Casi
siempre ocurría a las cinco en punto de la tarde, con todo el calor y
chicharreo en los almendros calcinados. Y sólo evitó los tocamientos un
dieciséis de septiembre, que vino a coincidir con la corrida de novillos de la
fiesta local en honor de Nuestra Señora de la Salud. Tal día, Mariano se llevó
a Gasparito bajo el Puente Verde, camino del viejo presidio árabe, y allí lo
hicieron a la sombra de un manzano de fruto agridulce y bermellón. Tan
apoteósico fue el evento que, a partir de entonces y para siempre, no volvieron
a la era; convirtiéndose el Puente Verde en escenario mudo y sordo de sus
escarceos amorosos y desenfrenados.
En
semejante trance, apenas les alteraban los abejarucos “comemierda” y la
camioneta de Juan Tomás García Gómez, laborioso transportista de Alhama y
profesional de la chapuza; quien, al poner la segunda a su destartalado
vehículo, sólo conseguía que los escapes atronaran con ecos en la cuesta que empezaba en la plaza del
pueblo, pasaba por la carpintería de Manolo Cabezón Higueras, continuaba a la
altura de la farmacia de José Luis Mota Ciervo, seguía por la puerta del caserón blasonado de doña Esperanza
Cabrerizo y Díaz del Pulgar y se hacía más pendiente -por desgracia para
Mariano, ya que a Gasparito le daba lo mismo- a su paso por el Puente Verde,
camino del aserradero de los Sánchez de Castro, que era, finalmente, donde Juan
Tomás recogía los tablones de pino para cargarlos y llevar más tarde a la
fábrica de muebles de Agapito Trillo Moreno, experto en hacer virguerías con la
madera hasta convertirla en armarios, arcones,
mesas, sillas y barriles para uva;
fruto que luego consumían los suecos e ingleses, y que hubieran seguido
degustando, después de la guerra, si el Gobierno no llega a decretarla, por
exceso de producción, postre nacional y obligatorio con el sugerente y pomposo
nombre de "Uvas de Ciudad Dorada".
Mientras
observa al gobernador, usted desconocía hasta el momento que Mariano Urbinovich
y Sánchez-Olmedo revive aquellos años de adolescente con poco esfuerzo de
memoria, gran tribulación y, como puede comprobar, amodorrado en su sillón, del
que se comenta "sirvió de ilustre posadera a don Nicolás
Salmerón", el más renombrado del lugar y, según el cabo de la guardia
civil, Aniceto Cascales Retuerto, “el más cobarde por no haber querido
firmar una pena de muerte, a todas luces
merecida”.
Al
tiempo que repara en estas menudencias históricas, la primera autoridad
provincial sigue rebuscando en su mesa
de trabajo -donde seguro que también se apoyó el tal Salmerón- un sobre que
debe contener el programa oficial de la visita del Dictador a Ciudad Dorada. El
inminente acontecimiento le tiene preocupado y le quita el sueño, ya de por sí
inconciliable por los berrinches que le proporciona, un día sí y otro también,
el delegado de Obras Públicas, Atanasio Martínez Cambronero, impotente, entre
otras cosas, para solucionar el problema de la gravilla en el camino que une, a
duras penas por los socavones, la estación del ferrocarril con la Puerta de
Chernapur, donde se alza ya el Arco del Triunfo por el que ha de pasar, dentro
de una semana, el Gran Bracamonte Invicto sobre el negro descapotable que -eso
sí está demostrado- perteneció a Hitler.
-Como se haya llevado el programa ése cretino, se va a enterar de lo
que vale un peine. -grita Mariano- al tiempo que golpea la mesa
y paraliza a Mónica, una polilla más que conocida en el Gobierno, que no ha
dejado de engullir nogal desde que la
madre naturaleza, sin su permiso, la depositara en aquella noble, pero angosta
y oscura galería con olor a barniz.
A
Mariano le gusta dejarse escuchar, desde fuera, entre las paredes de su cutre y
pentagonal despacho. Por eso despotrica;
y porque, al hacerlo, escapan de su redonda e irreversible anatomía los
malhumores de mil complejos enquistados y que arrastra, a duras penas, desde
que un armario de luna le puso las
carnes en su sitio y le descubrió, a todo lo ancho, una triste, peluda y
esférica realidad. A partir de ése instante, la neurastenia fue consubstancial
y fiel compañera de su impertinente e irracional autoritarismo; ruin y espesa
conducta que practica, como buen dictador, con los más débiles. Así, cuando
entra en el despacho su secretario particular, Cándido López Maturana, usted es
testigo de que los globos de saliva que acompañan sus improperios le definen
una vez más.
-¿Dónde cojones has puesto el programa de la visita
del Caudillo Bracamonte, pedazo de cabrón?
(Ilustración nº
2 - 2Dibujo
Pinteño - A toda página)
Cándido ha conocido ya, en
el miserable caserón, a cinco gobernadores de Ciudad Dorada que le han
propinado, en dieciséis años de servicio, los más variopintos insultos,
encajados siempre como una muestra inconfundible de confianza hacia él. Sabe que el puesto lo tiene merecido y
asegurado mientras le lluevan globos y palabrotas; y, en esta ocasión, los
signos externos no ofrecen dudas. Está seguro, además, de que don Mariano es
bastante maricón, pero buena persona en los adentros y, por descontado, mucho
mejor que sus predecesores a la hora de repartir prebendas entre los
subordinados. Cándido es consciente, incluso, de que la envidia de sus vecinos es un
sobresueldo para él; algo impagable en
años de penurias y estraperlos. Así que no duda en la respuesta.
- Señor, lo está descifrando el delegado provincial
de Educación Popular.
- ¡Ah! -exclama Mariano, para
añadir- Cuando termine, le dices que pase inmediatamente a mi despacho y que
se traiga también la lista de "rojos" que hay que meter en chirola -matiza-
para tranquilizar a don Casildo, que ya me ha llamado dos veces esta
mañana con el fin de asegurarse de que todos los hijos de mala madre de Ciudad Dorada, incluido
Galíndez el de los billares, -vuelve a matizar- estarán a buen recaudo
antes del viernes.
Dicho
cuanto tenía que decir, por el momento, Mariano adopta una posición de desplome
en la butaca y cavila, durante un buen rato, acerca de lo que podrá preguntarle
Bracamonte durante el trayecto que habrá de acompañarle, en tren, desde el
término de la vecina provincia hasta el
límite de la que él gobierna. Enciende, entonces, un buen cuarterón; y, mientras
el humo se funde con los rayos de luz que entran por uno de los balcones,
observa detenidamente el despacho: una estancia que ha sido, algunos años antes
-y por éste orden- almacén de provisiones de los milicianos del barrio, local
de timbas del comisario político Ambrosio Pisuerga, y checa para escarmiento de
todos los fascistas de Ciudad Dorada.
En
la postura que usted ve, impropia de un gobernador que se precia de serlo,
Mariano Urbinovich y Sánchez-Olmedo recapitula, dormitando por los efectos del
cuarterón, su corta y desenfrenada historia, sin descartar los pecados de
juventud, incluidas las secretas tardes con Gasparito, que le proporcionaron
algo más que placer; pues, al fin y a la
postre, solucionaron, de manera desgarrada, en el más literal de los sentidos,
la cuestión de su fimosis, que ya había detectado el médico de Capileira, don
Alberto Casariego Recio, cuando su padre, don Tadeo Urbinovich y Cifuentes, le
llevó al consultorio, a la edad de seis años, para que le entablillara el brazo
izquierdo que se había tronchado al caer de la higuera del cura del pueblo, don
Fernando Pizón Pizón, hijo de un matrimonio de primos hermanos, por dispensa
del Papa, motivo éste por el que sus progenitores se vieron obligados a
enviarle al seminario como tributo a la generosidad imponente de Su Santidad,
que nada objetó al remitir a la diócesis la autorización escrita y rubricada,
pese a que la madre del futuro cura ya lo llevaba en sus entrañas desde mucho
antes de casarse, cosa más que sabida no sólo en el propio pueblo sino también
en el mismísimo Vaticano, pues ya se había encargado de reflejarlo en el
informe previo, con más pelos que señales, el obispo de Guadix, monseñor
Apolonio Mendoza Villaverde.
El
caso es que, Mariano, en el ejercicio de memoria que inicia sobre la película
de su vida, parte, sin proponérselo, de un avance o "trailer"
-como diría cualquier cinéfilo pedante- de sus años mozos, no más de doce. Ve,
fugazmente, escenas de toma y daca con Gasparito Expósito, secuencias en blanco
y negro de hordas judío-masónicas y alguna que otra en sepia de conventos en
llamas con monjas que corren desencajadas e histéricas por lo que pudiera
pasar, que nunca sería nada bueno.
Las primeras imágenes que le
vienen a Mariano en technicolor son las de su padre preparando, de manera atolondrada, su
traslado a la capital para seguir estudios como interno en el colegio de las
Escuelas Cristianas.
Introdúzcase
en la mente de Mariano y escuche lo que le dijo tal día su progenitor:
-Ha llegado el momento de que te hagas un hombre. Podrás ser en la vida -aventuró don Tadeo- lo que
te salga; hasta Gobernador, si te lo propones. Que tu apellido –le aconsejó
luego- no sea un lastre de complejos para ir por la vida; hay quien se llama
Astray y no ha parado ni de follar ni de matar moros. Te hice pelayo
cuando no te habían salido todavía los dientes y hoy te vas a la capital como
flecha. Te quiero ver hecho, de aquí a unos años –sentenció finalmente- todo
un jefe de escuadra.
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