Capítulo VII
De los estragos del Piojo Verde
y el bacilo de Koch
El
niño Tesifón Piqueras Somuézanos, oriundo de Guadix y entrado en carnes, tenía
cosquillas y muy mal perder; quizá por eso, las refriegas del hermano Prefecto,
con mucho empeño y no poca dificultad,
se hacían eternas en sus mollas ante el
regocijo de todos los internos más pequeños del colegio de pago.
-¡Ven aquí, Tesifón, no te me escapes!
El
jolgorio en el cuarto de aseo, que era común y espacioso con dos grandes
ventanales mirando al jardín, siempre cuajadito de rosales en primavera, iba en
aumento conforme se acercaba el fraile a las ingles, que es aquí –aseguraba,
como experto en Ciencias Naturales-, donde solían anidar los parásitos y
algunos insectos anopluros, muy tenaces y pecadores, como su propio nombre
indica; y también -añadía-, por el refugio escogido para invernar calientitos y
bien alimentados.
- ¡A ver, hijo, abre la entrepierna!.
A
poco de terminar la guerra civil, los hogares de Ciudad Dorada, como los de
casi toda la Urcitania, tenían estos invitados gorrones e intempestivos,
sedientos y pegajosos, cuyos máximos
representantes eran el Piojo Verde y el Bacilo de Koch. ¡Casi nada..! Los más
perversos y dañinos parásitos de mierda que vivían a sus anchas, voraces y
despatarrados, como Pedro por su casa, en pelos y pulmones de ciudadanos de
todo credo y condición; y siempre, en ambientes miserables y tristes, cutres y
restrictivos, con poco carbón y gasóleo,
y todos cabreados por los apagones diarios y la poca agua, que ni para
beber había.
(Ilustración nº
8 - Composición
con fotos 22, 23 y 24: Ideales,
papel de fumar y cuarterón- en color - A toda página)
Eran
tiempos de pan negro y azúcar marrón, de boniatos y castañas, de algarrobas y
pan de higo, de cartillas de racionamiento, mugrientas y pringadas, que pasaban
los ciudadanos, de mano en mano y en colas largas y eternas, para retirar
luego, con humildad de honrados pordioseros, el chocolate terroso y las
lentejas con piedras, el aceite más turbio que espeso y las judía más negras
que pintas. Un panorama tan sólo comparable a otra cola: la del tabaco
cuarterón y los ideales amarillos, la del papel Jean y los mixtos de fósforo y
cera. Un lujazo a dispensar entre toses y palabrotas, que había que comer y
fumar, aunque no fuera como Dios manda; y sobre todo, había que luchar contra el invasor.
-¡Abre un poco más las piernas, Tesifón!
Y
el Prefecto, hermano Félix, dale que te pego, con el antisárnico “Martí” -de
venta sólo en farmacias- entre el muslamen del niño de Guadix, que empezaba a
gustarle la refriega.
-¡Así, así, hermano Prefecto! ¡Un poco más rápido,
por favor!
Ya le había advertido su madre a Mariano, antes de
abandonar el pueblo, que tuviera mucho cuidado de no restregarse con los niños
en el colegio y, más aún, de no utilizar los mismos peines y cubiertos durante
el aseo y en las comidas.
-Mira, Marianito, que el Piojo Verde y el Bacilo de Koch van de la
mano y te los puedes encontrar en cualquier parte, que me lo ha dicho el tío
Enrique, el boticario...
-Sí, mamá.
(Ilustración nº 9 - Foto 6 –
niños- A toda página)
Y
Mariano, desde el primer día de clase, como un hijo obediente, seguía a
rajatabla las recomendaciones de doña Adela para no sentir picores ni esputar
cosa alguna después de carraspear, que eso sí que lo hacía todas las mañanas y
a la caída de algunas tardes. Sin embargo, lo que no comprendía, porque no
había reparado en ello su madre, eran las sesiones del hermano Prefecto, todos
en pelota viva o, si usted quiere, con los huevos al aire, para espigar
bichitos en sobacos y entrepiernas.
-¡El siguiente..!
La
verdad es que tampoco le hacía feos Mariano a estas ceremonias de búsqueda, más
que de captura, de posibles y presuntos piojos, a los que no tuvo el gusto de
conocer y, por tanto, de comprobar si eran verdes, a rayas o con lunares. Así
que, cuando el Prefecto terminaba con Tesifón, le sobraba tiempo para decir en
voz alta y con gran decisión, convencimiento y esperanza:
-Ahora a mí, hermano Félix.
Hace
veinte años, como acabo de contarle, Mariano Urbinovich y Sánchez-Olmedo estuvo
entre los del jolgorio y las refriegas; por eso, ahora, como gobernador civil
de Ciudad Dorada, comprende mejor que nadie las preocupaciones de la
Asociación de Padres y Antiguos Alumnos
del Colegio por lo que ya parece una plaga apabullante; razón por la que no
puso pegas cuando tan reputada entidad solicitó la audiencia que, si usted
quiere, le invito a presenciar ahora mismo.
-De uno en uno, por favor.
Estos
encuentros no siempre se celebran en el mismo lugar y con idéntico protocolo. A
Mariano le gusta distinguir a quienes considera personas importantes y amigos
de aquellas otras que sólo son representaciones, más o menos multitudinarias, y
chusma en general. A los que usted llamaría hoy VIP, siempre los acomoda en una
salita contigua a su despacho y la conversación transcurre -depende de la hora- ante una mesita con café
y pastas; o bien, cerveza y refrescos acompañados de saladitos y aceitunas. A
poco de comenzar la audiencia, y después de tocar la puerta discretamente, suele aparecer, con mucho protocolo y sin
ahorrar coba, Cándido López Maturana, el eterno secretario.
-Buenos días, señores; o buenas tardes, tengan ustedes. Para, seguidamente, añadir: Don Mariano, le llama el señor
ministro.
Nadie
se cree lo que dice Cándido; que todos los presentes, en situaciones parecidas,
hacen lo propio. Por eso, cuando esto sucede, ya ni se inmuta Mariano y, menos
aún, hace ademán de levantarse para acudir al teléfono; sencillamente, mantiene
la costumbre para no desmerecer.
-Dile que le llamo ahora mismo, que me has pillado
en el uso de la palabra con unos señores muy importantes.
Después de bosquejar todos al unísono una sonrisa de complicidad, tan cínica como
estúpida, entran de nuevo a las aceitunas y a la cerveza; o bien, engullen las
pastas, con guinda roja en el centro, a sorbitos de café y de agua de Carabaña,
que también la hay para estas ocasiones.
Sólo
una tarde se fastidió el asunto cuando Cándido, ni perezoso ni corto, le respondió al gobernador
cosa tal como ésta:
-¡Que es verdad! Que le llama el señor ministro, don
Mariano...
Aquella
fue la vez que más tiempo estuvo separado de sus funciones, o castigadillo, el
secretario perpetuo, López Maturana: unos diez días; que se lo había ganado a
pulso el cabrón, diría luego Mariano. Por lo demás, poca cosa en su contra
durante las audiencias, porque las otras transcurren con menos riesgo y
prosopopeya, más cómodas y sosegadas.
Las que concede el gobernador a sus amigos, por
ejemplo, ni siquiera pueden llamarse audiencias, dado que empiezan en la misma
salita, continúan en el despacho y terminan en el "Sotanillo" con el quinto güisqui segoviano y sin cacahuetes, que ya tiene mérito la cosa.
Las
representaciones no multitudinarias suele atenderlas Mariano en su despacho,
que es bueno para el pueblo conocer la austeridad en la que se
desenvuelve el gobernador, no se vayan a creer que "nada en la
ambulancia", -como dice el cachondo de Salvador Gabarda-, que aquí
todo está muy justito, que no le faltan muelles que enseñar al sofá, ni a las
paredes desconchones mal disimulados con retratos de Bracamonte. Aquí, lo único
valioso, y por poco tiempo, es la mesa de don Nicolás Salmerón, que Dios lo
haya perdonado. Porque lo que es el nogal, la pobre madera, tiene ya los días
contados, que se lo está zampando todo la polilla Mónica, que sabe por donde se
anda, y no precisamente por las ramas.
La
audiencia de hoy, la que entra ahora, es de las normales, ni muy grande ni descomunal como la que trajo
Telesforo Berberana, alcalde de Berja, cuando la primera riada, que no faltó ni
el pregonero ni la madre que lo parió. La de esta mañana, como puede usted ver,
es discreta en modales y ajustada en número; nueve o diez personas, suficiente
para que se escuche la voz cantante del grupo, en este caso la del cirujano don
José Enrique Cienfuegos, que ha venido con dos frailes, a quienes me temo que van a brear entre todos por culpa
del Piojo Verde y el Bacilo de
Koch. ¡Como si lo viera...!
-Ustedes dirán qué les trae por aquí...
No
había en la posguerra peores alimañas del mundo de los parásitos y las
bacterias como los susodichos, a todas horas incontrolados y, lo que es peor,
desempeñando el papel de potenciales inquilinos del ser humano; que les daba
igual, para los primeros, introducirse en la pelambre de un guaje de Gijón que
en las pestañas de un cura de Fiñana, por no insistir en la entrepierna del
niño Tesifón. Y para qué decirles ya de la bacteria que, en honor a su género,
vacilaba de pecho en pecho sin miramientos; ya fuera su víctima un sencillo
peón caminero de Cáceres o una explosiva moza
de Níjar, que ahí ya podía explicárselo uno y hasta sentir envidia del
bichito por razones que no vienen al caso.
Otra
historia es, sin embargo, la que traen hoy estas gentes ante el gobernador de
Ciudad Dorada; que vienen a por todas, que la cosa ya ha ido a mayores -como le
decía-, con una virulencia de narices, imparable y demoledora. El asunto ha corrido
de boca en boca, asustando a los más pintados y a los analfabetos, que ha
salido ya en el periódico y se lo ha leído doña Piedad, la del quiosco del
Parque, a Teresa, el ama de cría del concejal don Cristóbal Gutiérrez, que la
pobre mujer, a sus 94 años, ni ve ni oye ni padece, que sólo mastica con el
sólo diente que le queda, pero que estaba impaciente por saber de qué va el
susto.
-Son piojos, Teresa, piojos
como elefantes; y algunas tisis.
Con
semejantes argumentos, Mariano, que le ha llegado la onda por veinte sitios, es
todo oídos esta mañana; que no ve claro el origen y empieza a mosquearse,
porque los chismes corren que se las pelan y no es bueno a pocos días de la
visita de Bracamonte, que luego hay más banderitas en el almacén que niños para
moverlas por la calle.
-Pues ya verá usted, señor Gobernador... Todos
creíamos que el Piojo Verde y el Bacilo de Koch, con los años, habían pasado a
mejor vida; y que nada de eso, que no es
así, que se están comiendo a nuestros hijos por culpa de estos maricones de
frailes y de sus internos, que los tienen apiñados y sin agua corriente...
¡Mire
la cara del hermano Prefecto..! Veinticinco años en el colegio y es la primera
vez que escucha tal barbaridad en labios de un cristiano.
-Modere sus expresiones, don José Enrique, que todo
está ya controlado.
-¡Usted se calla!
Que es el más maricón de todos, mejorando lo presente.
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