Capítulo XVI
De una guitarra sin cuerda y otros cantares
A Mariano se le ha roto la última cuerda de la
guitarra que le regaló el artesano y concertista Riquelme Ortega en la Navidad del 52. El
percance le ha puesto de mal humor y muy agresivo; como si se hubiera descuajeringado
el instrumento mismo. Bruno, que estaba presente, le ha quitado hierro al
asunto.
-Don Mariano, que yo voy enseguida a la tienda de
Sánchez del Manzano y le traigo un juego de cuerdas, que no es para que se
ponga usted así, que luego le sube la tensión y no le conviene en estos días de
tanto nerviosismo y preparativos.
Parece que el Gobernador ha tenido en cuenta la
sugerencia de su leal y servicial subordinado, aunque le ha resultado imposible
evitar el sofocón y los sudores al encontrarse con la guitarra
inoperante y no apta para auto-complacerse y trastear
los primeros compases del “Cara al Sol” que, con mucho empeño, le ha
enseñado el maestro Fresnedilla por iniciativa propia. El asunto fue más que
una sorpresa para Mariano, que siempre había sospechado de las ideas políticas
del músico, opuestas a los conceptos filosóficos que atesora el himno falangeta
y, por supuesto, discordantes con el pensamiento del fundador de la Cosa;
quien, dicho sea de paso, aportó la letrilla de la marcha antes de que, Juan
Tellería, músico y compositor, se sentase al piano con su pentagrama en blanco
para acoplarle el ritmo.
Alguien –pensó en su día Mariano- debió de meter
cizaña y comentarle, con mala intención
y peor uva, que Fresnedilla no era trigo limpio, que a su tío Enrique le
vieron, entre septiembre y diciembre del
37 –cosa que era cierta- dar algún que otro paseíllo a varios miembros
de las fuerzas vivas de Ciudad Dorada, casi todos fanáticos de la Movida, que
terminaron -como era de esperar con semejante personaje- muertos y rematados
muy cerquita del Alquián o puestos a buen recaudo en la improvisada cárcel del
Ingenio, también llamada del “Temblete”, a la espera de otra excursión
por los mismos andurriales.
Los pensamientos de Mariano están hoy, sin embargo,
más próximos al instrumento que a otras consideraciones menos
recientes y nada superadas. Así que vuelve a la tarde que le vino la guitarra,
bien enfundada, de la mano del propio Riquelme, gitano rubio y señorito; y bien
hablado y viajado. Fue el 28 de diciembre del decimoquinto año de la Victoria.
-No es una inocentada, señor Gobernador, que es una
simple coincidencia; le doy mi palabra, don Mariano –se apresuró a decir, para agregar-, porque mañana me tengo que ir a
Barcelona a visitar a un pariente enfermo y no estaré aquí por Reyes.
“Un buen gesto el que tuvo Pepe al regalarme una guitarra tan pulcramente construida con madera de
palo de santo, aunque exportado clandestinamente de Brasil” -reconoce en voz
alta el Gobernador cada vez que agarra el instrumento-.
Ahora que está a punto de regresa Bruno con las
cuerdas, observe cómo se relaja Mariano en su sillón de orejas y ejercita la
más recurrente de sus aficiones: rememorar el pasado; en esta ocasión, los años
de instrumentista obligado en la rondalla de Fondón, modesto conjunto
músico-vocal que aglutinaba a los mozalbetes de la escuela local y de los
pueblos limítrofes; o sea: Alcolea, Laujar, Fuente Victoria, Canjayar y, en los
primeros años de andadura, Guarros y Alhama.
Fue precisamente en Fondón donde Mariano aprendió a
tocar la bandurria y, por extensión, la guitarra y la zambomba; si bien, lo que
más le gustaba tocar y retocar en aquella época era –como todo el mundo sabe y
usted conoce- la “minda” y el culo de Gasparito Expósito, bajo el Puente Verde.
Por el contrario, los niños de Guarros, el municipio
-¡ya le digo!- más limpio y lustroso de toda la provincia, cercano también a
Fondón, no pudieron tocar nada porque no se incorporaron -más bien se les
impidió- a tan lúdica y culta actividad por motivos inconfesables y
recomendación facultativa. La experiencia del director de la rondalla, don
Leopoldo Nogueroles, zurdo y tuerto del mismo lado, le llevó a tomar tan
sectaria y drástica decisión para evitar males mayores y desordenes públicos,
que ya acontecieron con inusitada virulencia y pronóstico reservado por las
refriegas.
No siempre fue grato escuchar el gentilicio -mal
empleado por algún listillo de la chiquillería- cuando se referían a los
oriundos del pueblo alpujarreño de tan
inapropiado e irracional nombre, que ya intentó cambiar su actual alcalde,
Paquito Soto, quien solía decir que tal ocurrencia parecía cosa del enemigo; si
bien, el primer y único intento de
modificar el nombre del pueblo no lo
llevó a cabo el edil por consejo del subjefe provincial de la Movida, Mario
Cornejo...
-La vas a joder del todo, Paquito, que suena mucho
peor y tiene más peligrosas connotaciones llamar al pueblo “Guarros del
Caudillo”... Piénsatelo bien y déjalo
como está...
Y, ¡menos mal que recapacitó a tiempo y le hizo
caso. !
Ciertamente, lo tuvo más complicado el director de
la rondalla con sus alumnos, quienes también –erre que erre- maltrataban el gentilicio...
-Don Leopoldo, que desafina el guarro de Leandro.
-¡Federico, que te tengo dicho que aquí no hay
más guarro que el pueblo de arriba. !
-Es igual, don Leopoldo, que también me lo tiene
dicho Anselmo, el alguacil; que los conoce
muy bien... Que el manantial –asegura- no llega a sus casas y que se limpian el culo con una
piedra...
Y así empezó todo hasta que los guarrinos tuvieron
que retirarse de la rondalla comarcal -¡eso sí!- con tres heridos de distinta
consideración; y todos en la cabeza como claro exponente de la puntería de los
chavales del valle del Andarax. Desde entonces, aquellos tuvieron que
limitarse a participar, sin salir del municipio, en otras
actividades menos sonoras y de escasa peligrosidad, como cazar gorriones con
pez liria y robar ciruelas en el huerto de don Tobías Correa, el marqués
ausente.
Sitúese hora frente al sillón de Mariano. Ya ha
regresado Bruno con las cuerdas y, como usted
ve, el Gobernador no logra solucionar el problema de su guitarra...
-¡Que no puedo tensarla, Bruno. ! ¡Que no atino con
la clavija! Mejor que te hubieras llevado
la guitarra a la tienda y así, de paso,
la habría afinado el señor Barquillo, que es un genio. ¡Se te ha podido ocurrir
a ti, so burro!
Como la cosa, de momento, parece no tener solución,
Mariano abandona los repetidos intentos de tensar la cuerda y llama a Salvador
Gabarda para hacerle una proposición educativa en el “Sotanillo”... Le acerca
Bruno en el SIMCA, que es menos ostentoso que el Hispano-Suizo. De camino, el
Gobernador se toca una vez más la carótida para ver si suena; hecho que no ha
pasado desapercibido al chofer, que para eso está el retrovisor.
-Don Mariano, que tiene usted muy buen aspecto esta
tarde; no se trajine el cuello, que es peor.
Las impertinencias de un inferior son lo que más
descompone al gobernador alpujarreño, que pone las cosas en su sitio...
-¡Tú a lo tuyo, majadero, que te vas a llevar a una
criatura por delante!
El resbaloso de Gabarda ha llegado antes al lugar de la cita y lleva
ya, entre pecho y estómago, dos ponches de adelanto, apoyado en la barra al
fondo del local. Salvador ve entrar a Mariano y, desde la penumbra, disimula
inútilmente, como no percatándose de la presencia del jefe de la Movida. Lo ha
hecho de manera borde y grosera. Mariano se ha dado cuenta enseguida y le
increpa.
-¿De qué vas hoy, Salvador. ? ¡Que no soy tonto!
Gabarda esboza una falsa y tibia sonrisa, acompañada
de varios golpecito en la espalda del Gobernador, quien aprovecha el contacto
físico para susurrarle una orden.
-Coge tu ponche y vente conmigo a aquella mesa
del rincón...
Con paso lento camino del velador, Mariano vuelve la
cabeza y apremia a Ricardito, el camarero de siempre:
-Para mí otro ponche bien despachado y una jarrita
de agua de Enix... Y que sea del tiempo.
El Gobernador Civil de Ciudad Dorada no sabe la
manera de entrarle con su propuesta cultural a Gabarda, de quien espera
bastante más de los improperios que, por su turbio pasado, le dedica
habitualmente con una confianza que se toma sin consideración y, lo que es más
fuerte, sin permiso.
Quiere actuar rápido en reconducir algunas
iniciativas que apenas ha desarrollado sobre los preparativos de la visita de
Bracamonte; entre ellas, la propaganda en colegios públicos y privados.
Los centros religiosos le preocupan menos, que son
los más afines a la Movida, por la cuenta que les trae; pero los públicos,
especialmente el Instituto –piensa Mariano- es otro cantar, que allí si que hay
camuflados varios rojazos de la época anterior a la Contienda. Los tiene
controlados, menos de lo que debiera –lo reconoce-; si bien, para él es
suficiente imaginar que los profesores sí que están convencidos de que tienen
un espía del Régimen hasta en el retrete; incluso, en sus propias aulas entre
el alumnado, que algunos -han comprobado- les observan más que le miran o
atienden. Figúrese si lo tienen claro que ni se atreven a comentarlo entre
ellos por si alguno está vendido, que ya se dio un caso en el curso del 51
cuando don Gabriel, el profesor de Matemáticas y el más rojo, pilló
literalmente en la “Peñilla”, tomándose unas cañas, a su íntimo amigo, Modesto
Díaz, catedrático de Ciencias Naturales, con el comisario Eusebio Remesales, “el
más cabrón de los mortales”, como solían llamarle, para hacer un pareado,
sus propios compañeros de comisaría.
Mariano piensa que el dicho de “el enemigo en
casa” es un buen dicho,
especialmente para los demás, que él también está convencido de tener traidores
hasta en la cocina de su residencia; de ahí que siempre le haga probar
cualquier cosa que le sirven al chucho “Bayron”, que ni siquiera sabe quién lo
llevó allí y por qué está siempre merodeando su persona y jodiéndo a su perra
“Cleo” los canapés de foigras y a ella misma.
De quien sí está seguro Mariano es del resbaloso de
Gabarda, que le suele ignorar o insultar; dos motivos más que sobrados para ratificar
su creencia, casi convicción, de que jamás le traicionará. Por eso quiere hoy
confiarle lo de la propaganda en los colegios para la visita del Dictador. Así
que, le da un sonoro sorbete al ponche, y se pone a hablar.
-¿Qué te parece, Salvador, si recordamos a los
chavales del Instituto, en las propias aulas -matiza
sobre la marcha- quién es Bracamonte y lo que significa, para que se vayan
empapando antes de la visita?
Gabarda entiende el sentido que, con la pregunta,
quiere darle el Gobernador a la cita. Piensa que le ha llamado para consultarle
o, sencillamente, asesorarle en un aspecto que es fundamental. Se siente, pues,
halagado; aunque intuye que no es conveniente bajar la guardia.
-Los chavales saben de sobra quién es Bracamonte y
la madre que lo parió, que para eso se tienen que tragar todos los días, en
perfecta formación – busca así concretar-
las canciones de Juan Tellería y Enrique Franco, que están hasta los huevos de
tanto “Cara al Sol” y de tantas “Montañas Nevadas”, que esto último ni lo
entienden porque aquí no ha nevado jamás...
El Gobernador ya presumía la respuesta de Gabarda,
pero se percata de que el resbaloso no ha terminado la respuesta a su pregunta
y hace un mutis para dejarle
proseguir...
-...¿Sabes lo que te digo, Mariano. ? Que sería
mejor que organizaras un concurso intercolegial de murales sobre Bracamonte
para que los críos se apliquen en una doble actividad cultural: la redacción y
el dibujo. Ahora bien -agrega una observación-, que no se metan en los contenidos los políticos de la asignatura de “Formación del
Espíritu Nacional”; que dejen a los
chavales expresarse, ¡tú me entiende. ! -matiza- Que practiquen la
libertad creativa aunque te moleste.
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