Capítulo XIV
De las habilidades de Faustino
Salmoral para rematar discursos
Faustino Salmoral, el plumilla que le hace los
discursos a Mariano y se ventila, todos los jueves, a Marisol la estanquera,
está que no cabe en su cuerpo; se siente importante. Le ha vuelto a llamar esta
mañana el gobernador para un asunto de suma urgencia y absoluta discreción. Ha
sido un buen despertar, aunque se lo esperaba a estas alturas de la movida, que
ya sólo faltan tres días para la visita de Bracamonte y hay que rematar los discursos de bienvenida.
La comunicación le ha llegado por teléfono mientras
se tomaba el último tejeringo con chocolate junto a doña Perpetua, su santa
esposa, que ya empieza a sospechar lo de Marisol.
-Antes de ir al Gobierno pasarás por el estanco para ver a esa puta...
¡Como si lo viera! ¿Qué tiene Marisol
que yo no tenga?
Faustino
ni la ha mirado. Sabe muy bien lo que tiene la estanquera y lo que le sobra a
su señora, que también es consciente de las diferencias abismales entre ella
misma y la que vende tabaco. Para empezar, las separan veinte años y otros
tantos kilos, sin entrar en terrenos de más altas consideraciones. Doña
Perpetua quiere convencerse de que está segura de la fidelidad de Faustino y de
su querencia hacia la casa y hacia su persona; que regresa siempre a la misma
hora, pase lo que pase, y la contenta todos los sábados por la noche después de
sus dos copitas de chinchón que, por cierto, tiene que reponer ya la botella si
quiere mantener la rutina de los fines de semana.
Carmen
Socías Peñarrota, amiga de la infancia de doña Perpetua y viuda prematura de
Diomedes San Martín, un teniente de La Legión muerto en Melilla de una
sobredosis de polvos con la criada, Zulema
Bentarique, que sigue en la cárcel, se lo tiene bien dicho.
-No te equivoques como yo. Hay que darles en la cama
lo que buscan en otras.
Doña
Perpetua, empecinada en la rutina, no sabe qué darle a Faustino además de las
dos copas de chinchón. Está a punto de tomárselas ella también y esperar a ver
que pasa. Teme, sin embargo, que un atrevimiento entre sábanas produzca el
efecto contrario al perseguido. Hasta ahora, se ha dejado hacer en posición de
cubito supino y sin quitarse el camisón. Sólo ataca cuando Faustino le agarra
la mano y la deposita allí donde más le gusta. Ella sólo controla el momento
final, no siempre apoteósico, y más por
instinto e higiene que por razones
de placer y necesidad, que luego le
toca limpiar el estropicio. Prefiere ser
montada y no cambiar el lino, de finísima textura, heredado de su abuela Petra,
que en gloria esté. Sólo admite los polvos como es debido y cada quince días.
La
última noche de Reyes, en la que Faustino y ella se pasaron con el chinchón y
la sidra, doña Perpetua se permitió ser amazona y no yegua; incluso le hizo
–como dice Salvador Gabarda- “una felosía”. El evento cuajó y sólo a la
mañana siguiente, sin mayores consecuencias, tuvo que dar explicaciones de
semejante licencia.
-Me lo ha enseñado Carmen Socías. Dice que le
gustaba mucho a Diomedes, que seguro que se lo hacía la mora.
Fue
entonces cuando Faustino dio el primer gran paso de su vida matrimonial.
-Por esta vez, pase, pero no abuses ni lo cuentes,
que luego se sabe todo.
Faustino, después de los tejeringos y el chocolate,
se ha limpiado la boca y los dientes. Ha sido un desayuno menos copioso que de
costumbre y lo ha regado luego con un buen vaso de agua, que tenía colocado,
desde la noche anterior, sobre el poco hielo que le quedaba a su nevera
“Pingüino”. Ha cogido luego la cartera negra y, antes de salir, ha sido tajante
con doña Perpetua.
-Niña, la nevera está tiesa.
Hoy,
Faustino no pasa por el estanco camino del gobierno civil. Ha tomado la ruta
más corta para no tropezarse con Marisol, que está a punto de abrir la
expendeduría.
En
los jardincillos del Teatro Principal se cruza con Juanico , “el tonto”, que
empieza a comerse el bocadillo de todas las mañanas. Es de longaniza, su locura
más importante. No hay niños a hora tan temprana y se saludan con respeto.
-¡Hola, Faustino, no me pidas porque no te pienso
dar!
-¡Adios, Juan, que te aproveche!
Usted
no había visto hasta hoy a éste personaje de Ciudad Dorada. Juanico, “el
tonto”, es un ser entrañable como casi todos los deficientes psíquicos. Le
aseguro, además, que es un genio del surrealismo en cuanto a verborrea y
ademanes. Su incongruencia en la expresión y sus excéntricos modales le sitúan
al frente de cualquier tonto de pueblo que usted haya podido conocer. Yo le
diría, incluso, que Juanico es un tonto listo, un ser con los cables cruzados,
pero muy bien puestos dentro del desorden
y de su empanada mental.
Si
le parece, olvídese de Faustino por unos minutos y no le siga hasta el gobierno
civil. Aguarde a que empiecen a venir
los chavales a los jardincillos y verá lo que no ha tenido oportunidad de
contemplar en su vida. Tendrá que ponerse a buen recaudo, pero vale la pena.
Hay
otros muchos personajes de la calle,
deficientes como Juanico, que tendrá oportunidad de conocer; pero, como él,
ninguno. Con el tiempo se tropezará también con el Pasapuentes, el Almirante
Morralón, el Colilla, el Pipa, Juan el de los muertos, doña María, el Uva y el
Colorín, y comprobará que hay otras dimensiones en la vida del ser humano.
Aprenderá a rechazar y despreciar sin contemplaciones a los intolerantes y malandrines que atacan a
seres benditos con crueldad y mala leche. Son, como diría Luca de Tena, "los
renglones torcidos de Dios".
Observe
a la señora de negro que hay sentada en el banco de mosaicos arabescos. Es la
madre de Juanico. Siempre lo sigue a distancia para intervenir en su defensa y
retirarlo a tiempo de las refriegas. Ambos viven en una casita adosada a las
tapias de un cine de verano. Un día le llevaré para que lo conozca. Es una de
esas terrazas donde se proyectan películas sobre la pared enmarcada
rectangularmente de azulete, como si de una pantalla se tratara. Juanico está
allí todas las noches y se traga las dos funciones. Siempre coloca una silla de
madera con asiento de esparto más allá de la primera fila. Lo hace para llamar
la atención de manera inconsciente, o vaya usted a saber; y a fe que lo
consigue noche tras noche. En las películas de Cantinflas explota a carcajadas
en cada escena y luego, girando la silla hacia el público, repite a su manera
las expresiones de Mario Moreno.
-Arrefúgiese entre mis brazotes, mamasita...
-¡Shissssss...! ¡Cállate, chalao!
Y
Juanico la lía...
-Me cago en tus muertos, hijo puta...
Hoy
no terminan de venir los niños al jardincillo de madreselvas y jazmines. Los
peces de colores de la fuente octogonal pueden estar tranquilos. La madre de
Juanico, también. Pero otro día, ya verá la que se arma. Siempre empieza de la
misma manera: aparecen dos chavales, calculan las distancias y sueltan sus
maldades...
-Juanico, pelón, que tienes la cabeza como un
melón...
Y
entonces se inician las carreras y los improperios y palabrotas de uno y otros.
Juanico regresa luego sollozante al regazo de su madre, que nunca he sabido
cómo se llama. La historia de todos los días termina en retirada, en doble
silueta de mujer e hijo que doblan una esquina y se pierden, tristes,
recogidos, abrazados y maldiciendo su mala estrella. Hoy, por suerte, no ha
sido el día.
Faustino
Salmoral ya se ha entrevistado con Mariano. La cosa no era para tanto. El
gobernador quiere reflejar en unas cuartillas lo mucho que él ha hecho por la
provincia de Ciudad Dorada. Quiere completar su discurso de bienvenida a
Bracamonte con una exposición detallada de lo que ha sido capaz de realizar,
con el aliento, apoyo y patriotismo del Dictador, en un rincón medio olvidado
de España.
Así
que Mariano deja salir sus pensamientos adobados de filosofía barata.
-Cierto que la verdadera política se hace; pero
también se dice, y lo que se dice cuando se está en el poder queda en letras de
molde para la Historia. Así que coge la pluma y aplícate, Salmoral. Pero no
olvides que quien dice la verdad se queda sin ella…
A
Faustino le ha dado esta mañana el gobernador una carpetilla con informes
técnicos de las obras acometidas en la provincia durante los dos últimos años.
Mientras se retira a las dependencias del archivo general, que es donde mejor
funciona una de las cuatro máquinas de escribir que hay en el gobierno, el
discursista hojea las cuartillas apresuradamente. Comprueba que no falta nada
importante y piensa para sus adentros cómo hincarles el diente a tantos números
para hacer de ellos literatura; y, cuando llega a su escritorio, que huele a
papel viejo y a goma amarga de pegar, desparrama los informes sobre la mesa, se
quita la chaqueta, toma unos folios de la estantería y se pone a trabajar.
Siempre
que le encargan un panfleto como el de hoy, lo más difícil para Faustino es el
arranque, describir la Movida, que debe concretar en pocas líneas con frases
directas y rimbombantes. Busca, con buen oficio, el titular del día siguiente
en el periódico local. Ha de salir entrecomillado, para que se sepa bien que lo
ha dicho el gobernador. Y su método no varía: todo muy sencillito y con la más
elemental de las fórmulas: sujeto, verbo y predicado; y, luego, la coba a
espuertas.
“Excelencia: he aquí los hechos que todos los habitantes de esta
provincia comentan, admiran y agradecen.
No caigamos en confusionismos. No nos engañemos. Se ha hecho mucho en estos dos
años, pero nada hubiera sido posible sin un capitán al frente de esta empresa
de todos, que es España, cuyo nombre, unido inseparablemente al de Vos, tiembla
en mis labios pronunciarlo, por el
respeto y la emoción que inspira y que a mí me embarga. Ya tenemos agua y nos
la ha traído Bracamonte...”
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