Capítulo XXI
Del éxito de un concurso de murales
El tirón de la conferencia de
Mingorance ha servido para que Mariano le ponga las pilas a Beltrán Olmedilla,
que guarda muy en secreto lo del concurso de murales, que no le ha vuelto a
decir nada, que está como un pasmarote y muy obtuso, que ni siquiera habrá sido
capaz –y no por timidez- de contarle al director de la Escuela de Artes y Oficios
lo de la exposición en los soportales; el mejor sitio –lo tiene claro Mariano-
para que Bracamonte contemple, lea y se empape de lo que son capaces los
jóvenes de Ciudad Dorada en el manejo de las tintas chinas, para dibujar orlas
y grecas, y en la capacidad de síntesis y sentido común, para redactar
consignas del más puro y profundo espíritu nacional.
-¡Que ayude Paco Sastre! –ordena a Olmedilla-. Y que se
deje de gimnasia –le conmina-, que ya sé, porque me lo han contado, que dirige los ejercicios físicos
con abrigo, bufanda, puro y toses.
Mario Cornejo, como subjefe
provincial de la Movida, aprieta por su cuenta y riesgo el acelerador sin
retórica. Ahí está con el director del Instituto, don Melquíades López, a fin
de habilitar el aula de dibujo, la más grande del centro, para los últimos
retoques de los murales, de todos los murales, que la cosa trae cola.
-Se necesita mucho espacio, amigo Melquíades -aclara-, que han
de sumarse también los trabajos de otros colegios...
-Suya es el aula –le interrumpe el director del Instituto, para añadir- y que sea para bien.
No se puede pedir más; ha sido una
actitud elocuente y comprometedora, de apoyo y desinterés, de “buena predisposición” -la llamaría
Mariano-, que don Melquíades no necesita prebendas del Régimen, que ha
alcanzado ya su techo como docente, que se le ha pasado la edad para mayores y jugosas responsabilidades... ¿O no?
¿Cree usted, tal vez, que aspira a delegado provincial? De momento, si es así, ha colocado su primera
piedra; y a fe que no tiene mucha competencia y posibles zancadillas. Además,
el episodio del biscuter sobre el tejado, felizmente resuelto, suma y no resta en su hoja de servicios.
Quienes parece que se han dado
prisa, por primera vez en sus vidas, han sido
Beltrán Olmedilla y Paco Sastre, que han tomado al asalto el aula de
dibujo y ahora despliegan sobre las mesas las cartulinas de los murales ante el
desasosiego y picazón de tripa de alumnos propios y extraños, que han venido
hasta de colegios de Laujar -por exigencia del gobernador-, y de Vélez
Rubio, Adra, Berja, Garrucha y
Carboneras.
-¿Qué le parece..? ¡Hagamos tiempo! Le invito a un
ponche virtual en el Sotanillo...
-Se los puede
usted meter el ponche y el Sotanillo por
donde le quepa, que a estas alturas de la historia ya casi me da todo igual,
que solo espero un desenlace incoherente
y surrealista -como intuyo-, para salir de mi papel y de su imaginación.
-Usted se lo pierde por soberbio y desagradecido.
Así que, ahí le dejo o ahí se queda, de
cara a la pared... Y que sepa que la cosa va para rato.
Cinco horas han tardado en
seleccionar 20 murales de los 78 presentados. Una tarea ardua y con lupa, no
exenta de peligro; que ha contado con el asesoramiento del propio Cornejo y las
bendiciones de don Modesto Gutiérrez Valmaseda, ex legionario y vicario
castrense. Ambos han puesto, con la
ayuda, malicia y recomendación de Olmedilla y Sastre, la penúltima palabra, que
será Mariano, hoy mismo, quien diga la última y decida los 10 murales
definitivos y la cuantía de los premios, que todavía se lo está pensando.
-Yo le daría cuarenta duros al colegio y veinte a
los autores, para que se los repartan como Dios les de a entender. –le dice a Mariano el contable del Gobierno,
Bonifacio Chacón-.
-¿A todos? –le responde Mariano con cierta angustia y tacañería-.
-No, señor; sólo para el primer premio –le aclara Bonifacio, para agregar-. Al segundo y al tercero les podemos dar del almacén –si le parece- un ejemplar de la “Biografía apasionada de José Antonio”, de
Ximénez de Sandoval, que le ha salido muy redonda y con mucha chicha y tal...
¿No creé, don Mariano?
-Bueno, sí; eso para el colegio. –le advierte el Gobernador, para ordenar luego-. A los niños ponles cinco duros a cada uno, que ya tienen edad de echar
un poco de humo como es debido; y que,
hasta que les duren las pesetillas, dejen de fumar sucedáneos y porquerías.
El momento clave de la jornada va
a transcurrir en el despacho oficial de Mariano. Hasta aquí han traído ya los
murales Olmedilla y Beltrán, mientras Cornejo y el vicario castrense, Gutiérrez
Valmaseda, se han despistado unos minutos en la Peñilla para darse un tiento de
“sol y sombra”y mear. Han sido rápidos, bastante rápidos, porque irrumpen en la
estancia con apenas quince segundos de retraso.
-Ya estamos
aquí, Mariano. –dicen al unísono; para,
seguidamente, mentir también al unísono-. Perdona,
jefe, pero con el asma que arrastramos no se puede jugar...
-¡Leches..! –les corta Mariano y añade, dirigiéndose al subjefe de la
Movida- Extiende todo sobre la mesa.
Bueno, pues ha llegado la hora,
aunque no le agrade, de que tome usted posición en la falsa columna –que tan
bien conoce- para recibir doctrina y dar fe de las decisiones de tan peculiar y
patriótico jurado... ¡Mire a Cornejo!
¡Con qué primor coloca ceniceros en las cuatro esquinas de los murales
blancos que despliega sobre la mesa de don Nicolás Salmerón! Parece un sastre a
punto de cortar los patrones de un vestido de novia.
Mariano pasa la vista repetidas
veces sobre los primeros cuatro murales y, sin pestañear y a toda velocidad,
los desplaza con un manotazo hasta el suelo, ¡vamos! Como quien quita las migas de pan de una
mesa.
(Ilustración nº 22 - Foto 20 – símbolos- A toda página)
-¿Me estáis tomando el pelo que no tengo? –interroga a los presentes con mirada asesina, para
añadir a grito pelado-. ¡Quiero titulares y consignas,
yugos y flechas..! ¡Y nada de párrafos largos y espesos; y, menos aún,
dibujitos de mierda..!
¿Creéis –interroga colectivamente- que Bracamonte se va a detener para
leer unos textos eternos e ininteligibles, cargados de borrones de tinta y de
faltas de ortografía? ¿Y qué es eso de “HAZ” y de “AQUÍ ESTAMOS”..? ¿Pensáis que soy gilipollas o qué? ¡Más cosas
y distintas! – termina tajante Mariano-
Todos se han tomado un respiro a
medias; que rebuscan y cuchichean, sin perder comba, al tiempo que observan a
Mariano cómo hace e impulsa aros con el humo de su segundo cuarterón.
-¡Ya lo tenemos! –exclama Cornejo, como si hubiera descubierto o cazado un
perro con seis patas-. Y, sin más, extiende de nuevo, esta vez con balanceo de
cabeza y mirada y gesto de suficiencia,
tres nuevos murales sobre la mesa de nogal. ¿Qué te
parece, Mariano? –pregunta, entonces-.
El Gobernador reacciona enseguida;
y, más raudo que veloz, dirige su mirada en panorámica sobre los tres nuevos
murales que le presenta el subjefe de la Movida. Segundos más tarde, con una
mueca de sonrisa que presume aceptación, expone su punto de vista.
-Esto ya es otra cosa... –manifiesta, para luego concretar- Me parece bien; no está mal lo de “POR EL IMPERIO HACIA DIOS”. Un poco
largo, tal vez, pero sólido e impactante. Me parecen más contundentes –señala y explica- los
recuadros y sus textos. La referencia a los sufragios –concreta- es lo más interesante... Y lee Mariano en voz alta para todos, en busca de
asentimiento, uno de párrafos subrayados: “Un
Estado Liberal, un sistema democrático, es lo más nefasto para el pueblo; se constituye no ya en
el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las
luchas electorales... Mesas de votación y urnas, cuando el ser rotas es el más
noble destino de todas las urnas”. ¡Muy bien! –exclama
Mariano entusiasmado, y sigue leyendo-. “El
sistema democrático es el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la
altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones
humanas, no puede dedicar el ochenta o noventa por ciento de sus energías a
sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en
los escaños del Congreso, a adular a los electores y a aguantar sus
impertinencias y humillaciones; cuando, por la función casi divina de gobernar,
éstos están llamados a obedecerle”.
¡Ahí le ha
dado! –vuelve a exclamar Mariano- ¿De quién es el mural? –pregunta
entonces el Gobernador-. -De Laujar, de los alumnos del
colegio que hay junto al Puente Verde. –se adelanta Olmedilla a Cornejo, y precisa- Son fragmentos del discurso fundacional.
-Pues a éste y a los niños –sentencia Mariano- ochenta
duros y que no se hable
más.
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