Capítulo XIX
De misas, confesiones y algunos ejercicios píos
Pasado mañana es domingo y todas
las fuerzas vivas de Ciudad Dorada están
en capilla, que el lunes llega Bracamonte a la hora del Ángelus, más o
menos, y hay que pedir al Hacedor que haga un esfuerzo añadido para que todo
salga medianamente bien, que ya es suficiente. De momento, Mariano ha hecho un
ejercicio de humildad y se ha pasado por el Palacio Episcopal para ver al
obispo, monseñor Ildefonso de los Monteros. Más que cumplimentarle, desea que
la gente se percate de que hay sitios más nobles y píos, a visitar por la
primera autoridad de Ciudad Dorada, que el “Sotanillo” y la peluquería de “el
palmeras”; que quede muy claro. Pero, de paso, Mariano desea también que el
obispo presida el Tedeum y se deje ver en los actos oficiales, que no se crea
usted que le van mucho a monseñor, que ya llegó a la Diócesis con dudosa
reputación de liberal. Algo insólito que semejante cosa –piensa el gobernador-
se le pasara a Bracamonte al examinar la terna que le presentó la Santa Sede
para Pastor de Urcitania, que el Caudillo es muy mirado a la hora de tomar
decisiones tan solemnes; que para eso, él mismo, ya estuvo a punto de
recibir el capelo cardenalicio y, por
consiguiente, se legitima y adjudica todo el derecho divino para hacer y
deshacer en semejantes y trascendentales decisiones.
Mariano, ante el obispo, es
amable, pero tajante.
-Don Ildefonso, todo lo solemne es más solemne si
usted está ahí... Y debe estar.
-Amigo Mariano, es muy posible que tenga usted
razón, casi toda la razón; si bien
–puntualiza el obispo- nunca viene mal que se le diga a su Excelencia aquellas cosas que
usted no le puede decir. ¡Ya me entiende..! Hay mucha miseria que podría tener,
con buena voluntad política y un poco de esfuerzo económico, pronta solución. Y
esta realidad social –concreta el
obispo- debe saberla Bracamonte; porque además, estoy seguro
que –asevera- sabrá
encontrarle fórmula, una salida justa y cristiana... Con su ayuda, como es
natural, amigo mío.
Es el precio que hay que pagar –ha
pensado Mariano al salir de su encuentro con el obispo- para contar el lunes y
el martes con don Ildefonso. Y se ha ido directamente a la peluquería y al
“Sotanillo” -por este orden-, para acicalarse los cuatro cabellos que le
quedan, de cara al lunes, y entonarse
luego con un buen ponche de “tres cepas”, bien caliente y cargadito.
Doña Perpetua también está en
capilla. Esta mañana, después de hacer unas gárgaras con bicarbonato para suavizar
las placas del gaznate, que se lo ha recomendado su amiga Rosita “la larga”, se
ha encaminado hacia los dominicos y se ha plantado en el confesionario del
padre Bonino, su director espiritual, que siempre la reprime con mucha
vehemencia y razón; porque la señora de Salmoral tiene la fea costumbre de
confesarse de los pecados de los demás y no de los suyos.
-Lo de mi marido con la estanquera, padre Bonino, no
lo quiero ni pensar, pero lo de Faustinito con el “París-Hollywood” puedo dar
fe, que lo he visto con estos ojitos que se han de comer los gusanos, señor
cura.
Se lo ha soltado así; pero ni una
palabra de lo suyo con el “chinchón”, ni de sus cabalgaduras sobre don
Faustino, ni de sus cotilleos con Rosita. Y, ¡claro..! El padre Bonino le ha
puesto el dedo en la yaga.
-Doña
Perpetua, tenga caridad y deje al prójimo que sea él quien pase por el
chiringuito para cumplir con el sacramento de la Penitencia; usted a lo suyo...
Y cuéntele todo lo de casa a su esposo.
Ha sido suficiente para entrarle como
es debido a don Faustino cuando han terminado de comer.
-Sí, sí, Faustino,“pajas”; lo que oyes... Y con la
revista que le quitó al profesor de francés, don Renato Brinodaux, el verano
pasado.
A Salmoral le ha entrado la risa
por dentro al escuchar a su esposa y, con gran cinismo y arte interpretativo,
con los ojos como platos de postre –diría yo-, ha expresado su sorpresa; se ha
puesto más serio que Manolete y ha hecho un esfuerzo para que no se le note,
para que no se percate doña Perpetua de cosas peores, que tiene mala conciencia
de sus jueves con Marisol -a las cuatro y cuarto-; que algunas veces, incluso,
lo han hecho sobre los cartones de “Bisonte” corto y de “Reno” mentolado, que menudo
estropicio... ¿Se imagina?
Salmoral no se atrevía luego a
pedir explicaciones a Faustinito, que le da corte, que un hijo es un hijo, con
“pajas” o sin ellas. Pero Faustino se lo ha pensado mejor y ha llegado a la
conclusión de que no tenía más remedio que ponerse en el papel de padre y
olvidarse, por un momento, de sus escarceos con la estanquera.
-...Y ahora vas y te confiesas... ¿Me oyes?
Faustinito ha sido obediente. Ahí
lo tiene usted, bien aseado y contrito, camino de los franciscanos, que son los
más sordos, por edad y del lugar, para que los niños malos les suelten sus
pecados sin enterarse. Lo descubrió el vástago de Salmoral un primer viernes de
mes y no por casualidad. ¡Atienda! Estaba ya en el penúltimo y, por tanto, a
punto de alcanzar la proeza de cumplir con la devota tradición de confesar y
comulgar nueve primeros viernes seguidos. Tenía, como quien dice, la indulgencia plenaria a la vuelta de la
esquina; es decir, en los Jesuitas, pero se acordó de un hecho que le impedía
seguir. ¿Qué pasó? ¡Pues ya verá usted! Cuando estuvo reclinado ante el padre
Lince -¡maldito arroz con leche!, se dijo- recordó las dos cucharadas que
había ingerido -media hora antes- de tan
rico postre, preparado por doña Perpetua para la cena. ¡Me cago en los moros..! Ya no puedo comulgar esta tarde... Y así se lo confirmó el jesuita. Pero Faustinito no
se dio por vencido. En menos de veinte minutos, tiempo máximo para que
comenzara la última misa del día, recorrió cinco parroquias, otros tantos
confesionarios y abordó a un claretiano y a un canónigo por la calle. Y de todos
obtuvo la misma respuesta.
-Empieza de nuevo, hijo mío, que eres muy joven; que
dos cucharadas de arroz con leche son dos cucharadas de arroz con leche... Y no
puedes recibir al Señor en tal estado de digestión.
La última oportunidad –se planteo
Fautinito a la carrera- estaba en los Franciscanos, iglesia que le restaba por visitar para un
postrero intento de que alguien, con sotana y mayor comprensión, pasara por
alto lo del arroz con leche y le autorizara a comulgar. Y hacia ella encaminó
sus zancadas.
-Buenas tardes, padre, que me he comido un poco de
arroz con leche y quería comulgar...
-¿Cómo dices, hijo?
-Que me he comido dos cucharadas de arroz con leche
y ...
-¿Que, qué, hijo?
-Que me he tomado dos o tres cucharas de arroz con
leche y me he hecho una “paja”...
-Pues no lo hagas más y ofrécele al Señor la misa y
la comunión de esta tarde.
Y fue así, tal cual le cuento -sin
poner ni quitar una letra-, cómo Faustinito logró cumplir con sus nueve
primeros viernes, a duras penas. Algo que no ha olvidado ni olvidará; de ahí
que recurra a los franciscanos, como hoy y como siempre, para encontrar la paz
interior consigo mismo y el apoyo y ayuda del reverendo más sordo y tolerante
de Ciudad Dorada, fray Lorenzo Rocamora. Y por muchos años... ¿No le parece?
(Ilustración nº 19 - Foto 18 –Las Puras - A toda
página)
Todos están en capilla hoy, hasta
la secretaria del Gobernador, Maruja Cañete “la tiburona” y Salvador Gabarda,
que se lo ha dicho a Mariano su fiel mayordomo y chofer, Bruno, cuando ha pasado
por el “Sotanillo” para recogerlo; que los ha visto entrar –le ha precisado- en
las Catequistas, a pocos metros de la fábrica de gaseosas.
El hermano Fermín, al otro lado de
la rambla, también se lo ha tomado muy en serio con los chicos de quinto, que
son, por edad, los más proclives a la vida desordenada y disoluta. Esta tarde,
por ejemplo, poco antes de explicarles el evangelio del Hijo Pródigo, se ha
organizado en clase lo que no está escrito. Ha tenido que intervenir hasta el
capellán, don Tarso Ruiz, con patena incluida. Resulta que Pepito Torregrosa,
el interno de Alhama, se resistía a
entregarle al fraile –no quería, sencillamente- el misal para la lectura
litúrgica de mañana. Ha sido un tira y afloja. Al final, el hermano Fermín ha
podido más y se ha hecho con el devocionario. Pero lo peor ha venido luego, que
al abrirse las hojas por el forcejeo han empezado a caer formas, Sagradas
Formas, ¡oiga!, que Torregrosa tenía guardadas, más bien escondidas, en el
misal. Y, a tortas, ha tenido que desembuchar públicamente la verdad. Resulta
que no le gusta confesarse o, si lo hace, omite los pecados más gordos, para
evitar el interrogatorio posterior; –ya sabe usted- que si sólo o acompañado,
que cuantas veces... Peor que la policía -¡que barbaridad!-; así que,
consciente de ello, cuando va a comulgar los domingos y retorna al banco de la
capilla, saca de la boca la Eucaristía y la coloca junto a las otras formas que
conserva de semanas anteriores. Y así
dos meses seguidos. La última bofetada se la ha dado el director, hermano
Rodrigo, mientras don Tarso, con todos de rodillas, rezaba sin parar. Un poema,
¿no le parece?
Como puede usted comprobar, casi
todos están en capilla; y, algunos, en la cárcel, como Galíndez el de los
billares, ex maestro nacional, judío y masón, que ¡manda huevos..! No se podía
pedir más... Que tenía todas las papeletas que exigía y exige don Casildo para
estar a la sombra durante la visita de su Excelencia. ¡Que le vamos a hacer!
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