Capítulo VI
Faustino
Salmoral anda siempre tieso, como si se hubiera tragado el mástil de la bandera
nacional o se lo hubieran metido por el culo, que da lo mismo; porque de lo que
se trata es de ir derecho para hacer juego con su manera de pensar y, como
puede usted ver, de ir también por la vida. Que no molesta a nadie o a casi
nadie; quizá, tal vez, a Pepe Méndez, “el chepa”, ingeniero de caminos, que no hace feos a su apodo y jamás pierde de
vista los adoquines, ésos que camuflan las telillas de cebolletas para lastimar
a los viandantes ingenuos, como aquél señor que acaba de poner a prueba su cóccix y parte del sacro.
-¡Lavirgen, que cebollazo!
Si
ya se lo decía yo a usted; que mientras no quiten de la circulación los carros de la basura aquí va a ocurrir una
desgracia monumental. Esto de ahora es el pan nuestro de cada día, sin citar el
olor, que esa es otra; porque el espectáculo daña más al olfato que a la vista.
La culpa es del alcalde, como casi todo lo que ocurre en Ciudad Dorada, que no
es poco. Y esto de los desperdicios pasa
ya de castaño oscuro, que la gente no lo soporta, que va por ahí diciendo ¿y
no podían salir a las seis de la mañana, antes de pasar la regadora? ¡Hay que joderse! ¿Y qué me dice del burro que tira del carro?
Parece como si hubiera salido, en vez de la cuadra, de un campo de exterminio
nazi... ¡Vaya corpachón!
Y
Faustino, tieso, sin inmutarse, con la vista al frente, bufando un poco las
aletillas de la nariz, para echar el aire; y con la boca bien cerrada, para no
tragar el tufillo, que por ahí le viene la angustia y le dan luego arcadas nada más que de
pensarlo.
-¡Arre, que te rompo el
espinazo, “hijoputa”!
Salmoral
es un buen tío, un poco facha tal vez, pero a carta cabal como persona y en
todos los menesteres, que él lo sabe y lo explota. Ahí lo tiene usted, ligerillo de pies y con su cartera negra
colgando. A sus cincuenta años ya no hay quien lo cambie, ni en hábitos de
andar por casa ni en vicios de correr
por fuera, que los tiene, pero metódicos y controlados. A las ocho en su
pisito, con doña Perpetua, que manda huevos tener encima a una mujer con ése
nombre; pero los jueves, a las cuatro y cuarto, no hay quien le quite su siesta
con Marisol la estanquera, que se la viene zumbando desde que llegaron los
repatriados de la División Azul. Fue un flechazo, como Dios manda. Estaba él en
primera línea de la calle de Granada, a la espera de los héroes, y ella en
tercera fila con su traje de los domingos, aprisionada y, muy posiblemente,
magreada. Así que, al verla Faustino de reojo, más por vicio que por educación,
la puso delante, a menos de un metro de donde pasó luego la camioneta con los
héroes de Rusia. Eso no se olvida, es para los restos. Marisol se lo viene
agradeciendo desde hace unos años; ya sabe usted: todos los jueves a las cuatro
y cuarto. Y lo llevan con mucha dignidad.
Faustino,
además de ir tieso por la calle, ser de derechas, cumplir con doña Perpetua y
con la estanquera, vestir de negro y
beber chinchón -que se me había olvidado-, escribe como las rosas. Por tal
motivo a nadie de la Jefatura de la Movida le ha extrañado que Mariano le
escogiera como negro para escribir el discurso de bienvenida a Bracamonte.
-Lo tiene que bordar, porque no hay mejor plumilla en toda la provincia
–se ha dicho esta mañana el Gobernador para sus adentros-.
Usted
me dirá ahora: ¿y de donde coño le viene a Faustino tal habilidad? Pues
se lo voy a decir. Su padre, don Antonio Salmoral, que aún vive en Pechina, fue
maestro de pueblo; cosa que, de entrada, ya es un grado. Y así se fraguó el
niño en las letras y dio su primer paso hacia el éxito. La reputación se la fue
ganando luego a pulso, a fuerza de escribir gacetillas en la prensa de la
Movida hasta llegar a editorialista del “Yugo y Flechas”. Claro que en la
andadura le llovieron las bofetadas de don Antonio, porque fue así como le
entró la ortografía, que le costó mucho acentuar bien y no digamos lo de las
jotas, donde llegó el padre con él a la tortura; así como suena.
-¡Ni Zenobia Camprubí, ni leches!
Que aún te queda mucho para llegarle a don Juan Ramón a la punta del
zapato, desgraciao! Ligero siempre se ha
escrito con “ge” de golfo, que te la estás ganando, imbécil...
Y
luego es cuando le daba ya el guantazo, que sonaba en el mismísimo corral a estruendo; algo así como el ruido que hacía
el niño Manolo Godofredo en Laujar al lanzarse de cabeza a la balsa de los
Morataya... ¡Plafff..! Y todos los
conejos se le metían a doña Ana Pantoja, la madre de Salvador Gabarda, en lo
más profundo de la madriguera, dejándola en cuadro con el picadillo de las
cáscaras de sandía, mientras las gallinas, acojonadas en un rincón, cacarea que
te cacarea.
Ahora,
¡ya ve!, Faustino está contento porque ha terminado el discurso y se lo lleva
al gobernador para que lo lea. Por eso camina deprisa y más alegre que otras
mañanas; pues ha de saber usted que
siempre exterioriza su buen estado de
ánimo y, hoy jueves, más todavía, que se va a enterar la estanquera a las
cuatro y cuarto.
RASKA YU
FOX RÁPIDO
MÚSICA y LETRA: P. BONET DE S. PEDRO
(CORO)
Raska yu, cuando mueras qué
harás tú,
Raska yu, cuando muera.,
qué harás tú,
tú serás un cadáver nada
más,
Raska yu\ cuando mueras qué
harás tú.
(SOLO)
Oigan la historia que
cont6me un día
el viejo enterrador de la
comarca,
era un viejo, al que
la suerte impía,
su rico bien arrebató la
parca.
Todas las noches iba al
cementerio
a visitar la tumba de su
hermosa,
y la gente murmuraba con
misterio:
es un muerto escapado de la
fosa.
(CORO)
Raska yu, cuando mueras qué
harás tú,
Raska yu, cuando mueras qué
harás tú,
tú serás un cadáver nada
más,
Raska yu, cuando mueras qué
harás tú.
(SOLO)
Hizo amistad con muchos
esqueletos
que salían bailando la
sardana,
y mezclando sus voces de
ultratumba
con el croado de alguna
rana,
Los pobrecitos iban mal
vestidos
con sábanas que apdok
habían robado
y el guardian se decía con
recelo:
estos muertos se me han
revolucionado.
Si no es bastante tétrica
la historia,
los fuegos fatuos se meten
en el lío,
armando con sus luces
tenebrosas
un .cacao de padre y muy
señor mío.
(CORO)
(Al refrán.)
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SOMBRA DE REBECA
CANCIÓN FOX LENTO
LETRA: J. SERRACANT
MÚSICA:
MANUEL SALINA
Mi corazón atormentado,
sufre el enigma del ayer
que, como un reto del pasado,
sigue mis huellas por doquier.
¡Sombra de
Rebeca!
¡Sombra de misterio!
Eres la cadena de mi cautiverio
¡Oh, Rebeca!
¡Quimera y pasión!
¡Sombra de Rebeca!
¡Sombra de tortura!
Guardas el secreto
de horas de locura.
¡Oh, Rebeca!
Mi eterna obsesión.
A tu recuerdo sujeto,
mi desamor viviré
y de mi ser, tu secreto
jamás arrancaré.
¡Sombra de Rebeca!
¡Sombra de misterio!
Eres la cadena
de mi cautiverio.
¡Oh,
Rebeca!
¡Mi eterna obsesión!...
Ilustración nº
7 - Letras de las canciones “Raska yu” y “Sombra de
Rebeca”)
-¡Raska yu, cuando mueras qué harás tú... tú serás
un cadáver nada más..!
Faustino ignora por qué le sale el "Rasca
yu" del subconsciente en vísperas de echarle un polvo a Marisol; cosa que
no le ocurre con doña Perpetua, que entonces va por ahí tarareando
melodías más lentas de Jacqueline François:
-¡Sombra de Rebeca! ¡Sombra de Rebeca..! Eres la cadena de mi
cautiverio...
Y
el caso es que sigue enamorado de su señora esposa, que le tiene ganas, pero ni
por esas...
¡Sombra de Rebeca! ¡ Sombra de Rebeca! ¡Oh, Rebeca!
¡Mi eterna obsesión! .
Pero
hoy, Salmoral no para con el "Rasca yu" en sus labios hasta llegar al
gobierno civil.
-¿Está don Mariano? Dígale que
ya ha venido Faustino Salmoral.
Los discursos de bienvenida no deben ser ni muy cortos ni muy coñazos,
un folio y medio como mucho; con frases sencillas y rotundas, que lleguen con
fuerza, que hagan enardecer en las pausas; buscando el aplauso o el abucheo,
mirando a la gente con energía, transmitiendo, que se note la pasión, la
entrega; aunque se mienta en cada palabra, pero que la última frase ponga en
pie al personal.
-Me ha encantado, Faustino, eres un genio.
-Se lo agradezco mucho, señor gobernador; no se merece menos el
Caudillo Bracamonte.
La
sinceridad de Mariano para con Faustino -porque el discurso, hay que decir la
verdad, le ha salido redondo-, no está reñida con algunas observaciones de
menor importancia.
-Queda bien el remate de “las palomas blancas, a quienes nuestros
trovadores cantaron con sus serventesios más sutiles”; pero habría
que emplear términos más populares, menos
retóricos.¿No te parece que podrías retocarlo un poco?
-Como usted diga, don Mariano, pero las gentes necesitan, desde su
modesta cultura, palabras y expresiones
que no alcancen a comprender, porque en el fondo les gusta y porque es ahí
donde se marcan las diferencias entre usted y la masa, el populacho; lo
cual -le
matiza Salmoral- va a permitir también a Su Excelencia llevarse una muy
buena impresión de nuestro gobernador, que Dios quiera mantenerlo entre
nosotros por muchos años para el bien de Ciudad Dorada y el progreso de sus
hijos.
-No, Faustino, si yo te lo decía por mi mismo,
porque hay palabras que me cuesta pronunciar, que no son fáciles; ya sabes, por
los vicios que se adquieren de pequeño en el lenguaje y que perduran hasta que
te mueres. Yo no elegí nacer en la Alpujarra, aunque me sienta orgulloso de
ello; te lo digo por el deje que me ha quedado, casi incompatible con tu rico
vocabulario.
-Lo entiendo, don Mariano, pero tenemos unos días
para ensayar; perdóneme que le insista. Le puedo leer un parrafito y usted me
dice donde nos detenemos para trabajar en ése punto, para repetir las palabras
hasta que le salgan bien, como a Pemán. ¿Qué le parece? ¿Lo intentamos? Vamos a ver...
"La intimidad de nuestros hogares se abre como
una flor para ti, oh electo, por estotra ofrenda de blondas y arracadas que
guardáranse hasta hoy en la consola familiar y panzuda de cualquiera de estas
casas que se miran en el Mare Nostrum. He aquí, afortunado navegador de las
tempestades extranjeras, de las garras ponzoñosas del Este, un pueblo dispuesto
a asirse contigo al timón de la carabela para así viajar juntos hasta buen
puerto, más allá del NON PLUS
ULTRA..."
-Qué, don Mariano. ¿Lo repetimos?
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