martes, 5 de febrero de 2013

"PUENTE VERDE" ... en aquellos colegios...


Capítulo VII

 

De los estragos del  Piojo Verde y el bacilo de Koch

 

El niño Tesifón Piqueras Somuézanos, oriundo de Guadix y entrado en carnes, tenía cosquillas y muy mal perder; quizá por eso, las refriegas del hermano Prefecto, con mucho empeño y no  poca dificultad, se hacían  eternas en sus mollas ante el regocijo de todos los internos más pequeños del colegio de pago.

-¡Ven aquí, Tesifón, no te me escapes!

El jolgorio en el cuarto de aseo, que era común y espacioso con dos grandes ventanales mirando al jardín, siempre cuajadito de rosales en primavera, iba en aumento conforme se acercaba el fraile a las ingles, que es aquí –aseguraba, como experto en Ciencias Naturales-, donde solían anidar los parásitos y algunos insectos anopluros, muy tenaces y pecadores, como su propio nombre indica; y también -añadía-, por el refugio escogido para invernar calientitos y bien alimentados.

- ¡A ver, hijo, abre la entrepierna!.

A poco de terminar la guerra civil, los hogares de Ciudad Dorada, como los de casi toda la Urcitania, tenían estos invitados gorrones e intempestivos, sedientos y pegajosos, cuyos  máximos representantes eran el Piojo Verde y el Bacilo de Koch. ¡Casi nada..! Los más perversos y dañinos parásitos de mierda que vivían a sus anchas, voraces y despatarrados, como Pedro por su casa, en pelos y pulmones de ciudadanos de todo credo y condición; y siempre, en ambientes miserables y tristes, cutres y restrictivos, con poco carbón y gasóleo,  y todos cabreados por los apagones diarios y la poca agua, que ni para beber había.



 

(Ilustración nº 8 - Composición  con  fotos 22, 23 y 24: Ideales, papel de fumar y cuarterón- en color - A toda página)

 

Eran tiempos de pan negro y azúcar marrón, de boniatos y castañas, de algarrobas y pan de higo, de cartillas de racionamiento, mugrientas y pringadas, que pasaban los ciudadanos, de mano en mano y en colas largas y eternas, para retirar luego, con humildad de honrados pordioseros, el chocolate terroso y las lentejas con piedras, el aceite más turbio que espeso y las judía más negras que pintas. Un panorama tan sólo comparable a otra cola: la del tabaco cuarterón y los ideales amarillos, la del papel Jean y los mixtos de fósforo y cera. Un lujazo a dispensar entre toses y palabrotas, que había que comer y fumar, aunque no fuera como Dios manda; y sobre todo,  había que luchar contra el invasor.

-¡Abre un poco más las piernas, Tesifón!

Y el Prefecto, hermano Félix, dale que te pego, con el antisárnico “Martí” -de venta sólo en farmacias-  entre el  muslamen del niño de Guadix, que empezaba a gustarle la refriega.

-¡Así, así, hermano Prefecto! ¡Un poco más rápido, por favor!

Ya le había advertido su madre a Mariano, antes de abandonar el pueblo, que tuviera mucho cuidado de no restregarse con los niños en el colegio y, más aún, de no utilizar los mismos peines y cubiertos durante el aseo y en las comidas.

-Mira, Marianito, que el Piojo Verde y el Bacilo de Koch van de la mano y te los puedes encontrar en cualquier parte, que me lo ha dicho el tío Enrique, el boticario...

-Sí, mamá.

 

(Ilustración nº 9 - Foto 6 – niños- A toda página)

 

Y Mariano, desde el primer día de clase, como un hijo obediente, seguía a rajatabla las recomendaciones de doña Adela para no sentir picores ni esputar cosa alguna después de carraspear, que eso sí que lo hacía todas las mañanas y a la caída de algunas tardes. Sin embargo, lo que no comprendía, porque no había reparado en ello su madre, eran las sesiones del hermano Prefecto, todos en pelota viva o, si usted quiere, con los huevos al aire, para espigar bichitos en sobacos y entrepiernas.

-¡El siguiente..!

La verdad es que tampoco le hacía feos Mariano a estas ceremonias de búsqueda, más que de captura, de posibles y presuntos piojos, a los que no tuvo el gusto de conocer y, por tanto, de comprobar si eran verdes, a rayas o con lunares. Así que, cuando el Prefecto terminaba con Tesifón, le sobraba tiempo para decir en voz alta y con gran decisión, convencimiento y esperanza:

-Ahora a mí, hermano Félix.  

Hace veinte años, como acabo de contarle, Mariano Urbinovich y Sánchez-Olmedo estuvo entre los del jolgorio y las refriegas; por eso, ahora, como gobernador civil de Ciudad Dorada, comprende mejor que nadie las preocupaciones de la Asociación  de Padres y Antiguos Alumnos del Colegio por lo que ya parece una plaga apabullante; razón por la que no puso pegas cuando tan reputada entidad solicitó la audiencia que, si usted quiere, le invito a presenciar ahora mismo.

-De uno en uno, por favor.

Estos encuentros no siempre se celebran en el mismo lugar y con idéntico protocolo. A Mariano le gusta distinguir a quienes considera personas importantes y amigos de aquellas otras que sólo son representaciones, más o menos multitudinarias, y chusma en general. A los que usted llamaría hoy VIP, siempre los acomoda en una salita contigua a su despacho y la conversación transcurre  -depende de la hora- ante una mesita con café y pastas; o bien, cerveza y refrescos acompañados de saladitos y aceitunas. A poco de comenzar la audiencia, y después de tocar la puerta discretamente,  suele aparecer, con mucho protocolo y sin ahorrar coba, Cándido López Maturana, el eterno secretario.

-Buenos días, señores; o buenas tardes, tengan ustedes. Para, seguidamente, añadir: Don Mariano, le llama el señor ministro.

Nadie se cree lo que dice Cándido; que todos los presentes, en situaciones parecidas, hacen lo propio. Por eso, cuando esto sucede, ya ni se inmuta Mariano y, menos aún, hace ademán de levantarse para acudir al teléfono; sencillamente, mantiene la costumbre para no desmerecer.

-Dile que le llamo ahora mismo, que me has pillado en el uso de la palabra con unos señores muy importantes.

Después de bosquejar  todos al unísono  una sonrisa de complicidad, tan cínica como estúpida, entran de nuevo a las aceitunas y a la cerveza; o bien, engullen las pastas, con guinda roja en el centro, a sorbitos de café y de agua de Carabaña, que también la hay para estas ocasiones. 

Sólo una tarde se fastidió el asunto cuando Cándido, ni  perezoso ni corto, le respondió al gobernador cosa tal como ésta:  

-¡Que es verdad! Que le llama el señor ministro, don Mariano...

Aquella fue la vez que más tiempo estuvo separado de sus funciones, o castigadillo, el secretario perpetuo, López Maturana: unos diez días; que se lo había ganado a pulso el cabrón, diría luego Mariano. Por lo demás, poca cosa en su contra durante las audiencias, porque las otras transcurren con menos riesgo y prosopopeya, más cómodas y sosegadas. 

Las que concede el gobernador a sus amigos, por ejemplo, ni siquiera pueden llamarse audiencias, dado que empiezan en la misma salita, continúan en el despacho y terminan en el "Sotanillo"  con el quinto güisqui  segoviano y sin cacahuetes, que  ya tiene mérito la cosa.   

Las representaciones no multitudinarias suele atenderlas Mariano en su despacho, que es bueno para  el pueblo  conocer la austeridad en la que se desenvuelve el gobernador, no se vayan a creer que "nada en la ambulancia", -como dice el cachondo de Salvador Gabarda-, que aquí todo está muy justito, que no le faltan muelles que enseñar al sofá, ni a las paredes desconchones mal disimulados con retratos de Bracamonte. Aquí, lo único valioso, y por poco tiempo, es la mesa de don Nicolás Salmerón, que Dios lo haya perdonado. Porque lo que es el nogal, la pobre madera, tiene ya los días contados, que se lo está zampando todo la polilla Mónica, que sabe por donde se anda, y no precisamente por las ramas.

La audiencia de hoy, la que entra ahora, es de las normales,  ni muy grande ni descomunal como la que trajo Telesforo Berberana, alcalde de Berja, cuando la primera riada, que no faltó ni el pregonero ni la madre que lo parió. La de esta mañana, como puede usted ver, es discreta en modales y ajustada en número; nueve o diez personas, suficiente para que se escuche la voz cantante del grupo, en este caso la del cirujano don José Enrique Cienfuegos, que ha venido con dos frailes, a quienes me  temo que van a brear entre todos por culpa del Piojo Verde y  el Bacilo de Koch.  ¡Como si lo viera...!

-Ustedes dirán qué les trae por aquí...

No había en la posguerra peores alimañas del mundo de los parásitos y las bacterias como los susodichos, a todas horas incontrolados y, lo que es peor, desempeñando el papel de potenciales inquilinos del ser humano; que les daba igual, para los primeros, introducirse en la pelambre de un guaje de Gijón que en las pestañas de un cura de Fiñana, por no insistir en la entrepierna del niño Tesifón. Y para qué decirles ya de la bacteria que, en honor a su género, vacilaba de pecho en pecho sin miramientos; ya fuera su víctima un sencillo peón caminero de Cáceres o una explosiva moza  de Níjar, que ahí ya podía explicárselo uno y hasta sentir envidia del bichito por razones que no vienen al caso.

Otra historia es, sin embargo, la que traen hoy estas gentes ante el gobernador de Ciudad Dorada; que vienen a por todas, que la cosa ya ha ido a mayores -como le decía-, con una virulencia de narices, imparable y demoledora. El asunto ha corrido de boca en boca, asustando a los más pintados y a los analfabetos, que ha salido ya en el periódico y se lo ha leído doña Piedad, la del quiosco del Parque, a Teresa, el ama de cría del concejal don Cristóbal Gutiérrez, que la pobre mujer, a sus 94 años, ni ve ni oye ni padece, que sólo mastica con el sólo diente que le queda, pero que estaba impaciente por saber de qué va el susto.

-Son piojos, Teresa, piojos como elefantes; y algunas tisis.

Con semejantes argumentos, Mariano, que le ha llegado la onda por veinte sitios, es todo oídos esta mañana; que no ve claro el origen y empieza a mosquearse, porque los chismes corren que se las pelan y no es bueno a pocos días de la visita de Bracamonte, que luego hay más banderitas en el almacén que niños para moverlas por la calle.

-Pues ya verá usted, señor Gobernador... Todos creíamos que el Piojo Verde y el Bacilo de Koch, con los años, habían pasado a mejor vida;  y que nada de eso, que no es así, que se están comiendo a nuestros hijos por culpa de estos maricones de frailes y de sus internos, que los tienen apiñados y sin agua corriente...

¡Mire la cara del hermano Prefecto..! Veinticinco años en el colegio y es la primera vez que escucha tal barbaridad en labios de un cristiano.

-Modere sus expresiones, don José Enrique, que todo está ya controlado.

-¡Usted se calla!  Que es el más maricón de todos, mejorando lo presente.

 

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