domingo, 17 de febrero de 2013

PUENTE VERDE

Capítulo XX
 
De la bandera siempre está alzada
 
El  Teatro Apolo de Ciudad Dorada está que arde y con más olor a sobaquillo que a sardinas y gambas; y, dicho sea de paso, a berberechos italianos, todos en estado de putrefacción, que la cosa se arrastra desde ayer, que no hubo mercado en las inmediaciones ni higiene en el interior de la alhóndiga; y, lo que es más grave, tampoco la regadora pasó por donde tenía que pasar.
Disculpe que le haya traído hasta esta reliquia modernista en condiciones nada salubres, con aromas poco recomendables, butacas que dan miedo y personal tan variopinto. Pero siéntese usted en la última fila, que es donde menos huele a humanidad y a detritos,  y apreste sus sentidos a vivir -relajado, si le es posible, o como mejor pueda- un acto que le garantizo irrepetible, surrealista y rocambolesco; pero, sin duda, patriótico. Sólo se le podía haber ocurrido a Mariano; que ni sus más próximos colaboradores hubieran reparado en semejante evento, más político que social, más multitudinario que selectivo, más propagandístico que cultural.
El Gobernador quiere caldear el ambiente en Ciudad Dorada para que la visita de Bracamonte  sea un éxito tan redondo como él mismo y el propio Dictador. Pero también para buscar jugosos y encendidos titulares que lleguen mañana a instancias superiores como una muestra irrefutable de que Urcitania está en buenas e incondicionales manos; bajo la batuta y la bota –pensará usted, que ya le conozco- de un camarada de pro y no de contra.
Está a punto de abrirse al telón -el doble telón-, que estamos en un local donde el terciopelo granate no sube ni baja;  sencillamente, se abre y cierra como los visillos de las ventanas, como el muslamen de Marisol la estanquera, todos los jueves, a las cuatro y media... ¿Sabe usted?
Mariano Urbinovich quiere sorprendernos. Se ha traído de Fiñana, donde descansaba unos días,  a don Juan Aparente Mingorance, un histórico de la Movida, dispuesto a darlo todo para que cale en el pueblo –en este caso, entre los urcitanos- lo más relevante y perpetuo del Nacionalsindicalismo...
 
(Ilustración nº 20 - Foto 19 –El Apolo- A toda página)
 
Y, ayer mismo, no le fue fácil a Mariano convencer al señor Aparente para que diera hoy la cara en “El Apolo”, que estaba inmerso en sus escritos y paseos, en sus  morcillas y tintorros, en sus sobremesas y siestas; que Fiñana es mucha Fiñana –lo admite Mariano- para entrarle con semejantes proposiciones a quien la vive y disfruta, a quien encuentra en ella un refugio terapéutico o de otros menesteres, no necesariamente inconfesables.
-Amigo Juan,  piensa que es nuestra Revolución Pendiente, que sólo unos pocos concebimos a España como un gigantesco sindicato de productores; que tenemos que organizar corporativamente a la sociedad mediante un sistema de sindicatos verticales que sitúen la producción al servicio de la integridad económica nacional... Y aquí estamos a la cola... ¿Me entiendes? Somos la cenicienta de España y debe saberlo Bracamonte.
Así lo planteó Mariano a don Juan Aparente. ¡Como para negarse!  ¿No cree, usted?  Y, ¡claro..! No pudo resistirse y aceptó.
-Te entiendo, Mariano –le respondió don Juan-; pero si lo que quieres -añadió- es llenar el teatro, que acudan personas de todas las edades y condiciones, no solo camaradas –lo dejó muy claro-, de nada nos puede servir una convocatoria sin sexo. Así que permíteme un pequeño engaño -sugirió de manera autoritaria y muy convencido, para agregar-, una mentira piadosa antes de que se abra el telón, de que empiece el acto, que luego ya lo aclararé todo ante el público.
Y aquí estamos expectantes... ¿Qué me dice usted?  ¡Observe desde la última fila...! Se puede afirmar, sin el más pequeño error, que se ha llenado “El Apolo”. Y, ahora, dispóngase a ver y escuchar a Mariano en la presentación del orador, que todavía aguarda entre bambalinas.
-Buenas tardes y bienvenidos a tan entrañable teatro, capilla de la cultura de todos los urcitanos de bien... Camaradas, en su más amplio sentido y profundo significado: En vísperas de la llegada del Caudillo Invicto y parafraseando a nuestro inmortal jefe de filas, en un teatro como el que nos alberga y en una fecha imborrable, quisiera empezar con el saludo marcial y varonil que nos caracteriza...“Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo...”  Y sin más,  me honro en haceros saber que hoy está con nosotros don Juan Aparente Mingorance, quien ha venido para sumarse, en un momento tan decisivo para Urcitania, al fausto acontecimiento que se avecina en nuestra tierra sedienta, entre otras cosas, de un verbo esperanzado y alentador que nos saque el lunes a la calle para recibir fervorosamente al Generalísimo Bracamonte. Llegará por la tarde, bastante tarde, a última hora de la tarde. Y os queremos ver al aire libre, bajo la noche clara, brazo en alto y en el cielo las estrellas. Y para animaros, aquí está Mingorance. ¿Qué os voy a decir de Mingorance, amigos?  Es un hombre que no necesita presentación, porque es impresentable. Él tiene en sus adentros la doctrina más pura de nuestra Movida y en él confiamos, con su docta palabra, para que nos haga llegar y enriquecer un sentimiento ya latente en todos: el amor a la Patria y a sus valores eternos. Y ahora, sin más comentarios por mi parte, con él os dejo... Camarada Mingorance, te escuchamos con ardor...         
¿Qué le ha parecido? ¿Brillante, verdad?  ¡Menuda ovación la del personal a Mariano! Pues ahora no pierda comba, que ya se abre el telón y... ¡Ahí tiene a Mingorance y a su verbo!
-Excelentísimas e ilustrísimas autoridades civiles y militares. Reverendísimo señor Obispo. Señoras y señores. Urcitanos. Amigos todos. Sean mis primeras palabras de profundo y sincero agradecimiento al camarada Urbinovich por su presentación, tan elogiosa como inmerecida. Tenéis al Gobernador que os merecéis; un político como la copa de un pino, como un pino de su Alpujarra: recio y firme. Camaradas y amigos, Mariano dará mucho que hablar y no por lo que pensáis...
¡La cagó! Así como suena. ¿Ha observado usted el codazo que se han dado todos? Algo tremendo... Hasta Mariano, el aludido, ha recibido el suyo, a la altura de la costilla flotante, del brazo y codo de Mario Cornejo, el subjefe de la Movida, que ya piensa, como cualquiera de los presentes, que la cosa empieza bien... Pero escuchemos a Mingorance, quien parece haberse  dado cuenta de la posible y tremenda interpretación de sus palabras...
-...Y estoy seguro que habéis relacionado el “que dará mucho que hablar” con su trayectoria personal y política. ¡Pues no! Dará mucho que hablar por sus ideas, porque tiene muy claro que jamás los retóricos mercaderes de la españolería han dedicado una sola de sus flores de trapo a nuestros muertos, a nuestros héroes vivientes bajo las banderas que se batieron y ganaron al comunismo que imperaba cuando emprendimos nuestra gran Cruzada. Y él sí, como acabáis de escucharle. Y ésa limpieza y claridad de pensamientos, en un camarada que, encima, se llama Urbinovich, le distingue y dará, como os decía, mucho que hablar; porque es la garantía, camaradas y amigos urcitanos, de que nunca le meterán un gol...Y eso ya lo sabe quien tiene que saberlo...
¡Asombroso! ¿No le parece? Se le habían puesto de corbata  a Mariano. Y ahora, ya suspira de alivio. Ha llenado los pulmones de aire -que ya es mérito con el ambiente que se respira- y lo resopla con la misma urgencia; si bien -observe- algo más relajado y con mejor ritmo cardíaco.  ¡Vaya susto, oiga! Pero lo bueno –no se lo pierda- está por llegar, que todavía no ha revelado Mingorance el contenido verdadero de su conferencia.  
-...Es Mariano, además, un hombre que sabe guardar secretos. Ayer le comentaba, con la tensión que vive estos días, que hubiera resultado un elemento más de angustia convocaros con un titulo de conferencia cargado de simbolismos. Y él aceptó. Por eso estáis aquí, yo diría que  os hemos traído hoy a este templo de las artes escénicas, con el reclamo que podéis leer en el prospecto; es decir, para hablaros del “Sexo en la España de hoy”. Pero no os asustéis. Ha sido un gancho, creo que innecesario, para que llenarais“El Apolo”; porque, realmente, mi conferencia va a versar, como no podía ser de otra forma, sobre “La Bandera siempre está alzada”...
¡Menuda la que ha armado el amigo Mingorance!  Usted verá que la ha liado; sí, sólo para los adentros, que aquí no respira nadie. Y mucho me temo que tampoco en las próximas dos horas, que don Juan no es de los breves en el discursear, que seguro que nos recuerda que tenemos voluntad de Imperio, que nuestro Estado es un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria y que los valores conquistados son eternos e intangibles... ¡Como si lo viera!
 
-...Sí, os voy a hablar de lo que estáis pensando, de todo eso y más; pero, por vuestro bien, por el bien colectivo... Así que: quien desee abandonar la sala, que lo haga en silencio para no despertar a los que se quedan...
Ha sido sublime. Casi nadie podía imaginar la salida del orador, tan sibilina como tajante, tan sorpresiva como simpática, tan inesperada como histriónica. Mariano, sin embargo, ya lo barruntaba, que conoce bien a Mingorance, que es capaz –piensa- de cualquier cosa, que le ha escuchado peores y más fuertes salidas de tono, que vaya usted a saber lo que puede dar de sí con un valor que, hasta esta tarde, sólo se le presumía.
                 

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