lunes, 11 de febrero de 2013

PUENTE VERDE


Capítulo  XIII


 

De los ancestros y personalidad de Salvador Gabarda

 

A Salvador Gabarda le preocupa la visita del dictador Bracamonte a Ciudad Dorada más que al Gobernador. Sus impertinencias para con Mariano son fruto de una personalidad provocadora e hiriente, que nació con él, pero nunca malintencionada y agresiva, más bien displicente y desenfadada. Le gusta, sencillamente, poner nervioso a su interlocutor para destacar o llamar  la atención ante terceras personas. En la intimidad, suele ser más comedido en las expresiones y menos  ofensivo en los ataques. Eso sí, le encanta enfurruñar.

Disfruta cuando no le siguen la chufla, cuando comprueba que ha impactado su frase y el otro no sabe reaccionar o se queda parado. Valora mucho su propia manera de actuar, la considera incluso pedagógica y ejemplarizante. Piensa que incita a los demás a que agudicen el ingenio, a que reaccionen rápidos en la respuesta, para iniciar así un diálogo más movido y cachondo. 

Hasta el presente, a Salvador Gabarda nadie le ha mojado la oreja en su dialéctica, en el juego que practica desde que tiene uso de razón. Y eso que fue un niño más bien solitario e introverso, un poco distante, quizá, por su propia timidez. Nunca lo ha negado, lo mismo que su despego de carácter con los andaluces, no así con la tierra, que la lleva muy adentro y presume de mediterráneo, que no es poco para lo que eso significa. Ser meridional -piensa y dice Salvador con mucha frecuencia- es como ser de todas partes; al menos, de las partes cultas del mundo. Como hombre muy leído y viajado, ha tenido la oportunidad de comprobar y comparar sus afirmaciones. Conoce los cinco continentes y su expresión favorita es que ha corrido bastante, delante y detrás de mujeres y animales, nunca de guardias y maricones.

 

(Ilustración nº 15 – Foto 26 - Nicolás Gabarda - A toda página)

 

Los ancestros, por parte materna, le vienen a Salvador de la antigua Provenza, allá por el siglo X, de donde salió el primer Gabarda para establecerse en Aragón. De ahí, posiblemente, su carácter terco y empecinado. La familia paterna tampoco es andaluza. Vienen de Cataluña, de la vieja Tarragona, que para él es un grado más. En su doble árbol genealógico, en cuanto a profesiones y oficios, hay de todo, hasta un rey y un santo, cosa que lleva a mucha gala sin llegar a presumir de ello. Hay también militares y políticos, abogados y médicos, curas y monjas, hasta un boxeador y un taxista; pero ningún maricón, que se sepa. Tal vez, esto último, es lo que ha hecho que tenga para con Mariano una cierta compasión, que no comprensión. Nunca ha entendido las desviaciones de personas hacia el mismo sexo, aunque provengan, que no es el caso del Gobernador, de la propia naturaleza o, como él suele aclarar, de una educación afeminada, poco varonil.

Salvador Gabarda se considera muy macho. Piensa –lo repite con frecuencia- que la mujer se muere del primer amor y el hombre del último. Así que se ha pasado su ya larga existencia esperando a la mujer de su vida, que no acaba de llegar. Ha sido muy enamoradizo; pero, a fuerza de desengaños, ha terminado por desengañarse del todo. Ahora es mucho más pragmático y las cosas le van mejor. Incluso le atribuyen ligues e historias amorosas que ya le hubiera gustado vivir. Tiene las justas y algunos escarceos con señoras maduritas que, a su entender y experiencia, son las más agradecidas y viciosas.

Gabarda puede permitirse estos lujos en su tiempo libre, que le sobra para semejantes  menesteres y algunos más. Hizo su carrera de jurista, opositó a la Administración Civil, pidió la excedencia y ahora, como ha podido usted comprobar, nadie sabe de qué vive, pero vive muy bien. Su simpatía y don de gentes contrarrestan el carácter provocador e hiriente del que le hablaba. El único defecto para los amigos es que sea del Barça. Muchos lo justifican por el origen catalán de Salvador, pero él se encarga de desmentirlo categóricamente.

-Esto me viene de una parada de Ramallet a tiro de Di Stefano, que lo ví, no en el NODO, sino con estos ojitos que se han de comer los gusanos.

Quienes le quieren a conciencia, aseguran que a Salvador Gabarda sólo le falta casarse y tener un hijo, aunque sea de puta. Pero él no tiene prisa, sigue esperando y acumulando experiencias para luego no equivocarse. En las tertulias, los muy allegados le suelen tirar de la lengua, intentan sacarle de los adentros si su permanente actitud de expectativa se debe a un gran desengaño o a un trauma de la infancia. Pero Salvador no recuerda ni su primer amor y siempre les responde con la misma historia.

-Me figuro que sería una de aquellas tatas, asténicas y pálidas, que solía traerse mi madre de las Alpujarras para servir en casa. Pero sólo recuerdo a una en especial... Se llamaba Natalia.

Y Salvador se explaya, luego, en detalles para regocijo de sus contertulios.

-A las madres de estas chicas les encantaba enviar a sus hijas a Ciudad Dorada con una familia de reconocidas moral y costumbres. De regreso al pueblo, al cabo de tres o cuatro años, habían adquirido una sólida formación y muy buenos modales. Sabían hacer, además, croquetas y empanadillas; artes que las situaban en una posición envidiable para pescar novio, cuando no volvían ya al pueblo a  punto de casarse con un electricista o fontanero de los que iban por mi casa a hacer chapuzas.

Sin embargo,  para Salvador, lo más atractivo de aquéllas tatas era lo que aportaban de la aldea, el cómo llegaban a la capital recién salidas de la trilla y del pajar.

-Me encantaban sus carencias absolutas de modales. Las veía descaradas y brutas; incluso, groseras y desenfadadas.Como era algo menor que ellas, se permitían hacerme cosquillas en refriegas sobre mullidos colchones de lana, de esos que había que varear. Algunas veces, en pleno revolcón, les estallaba la telilla de sus camisas de colores y aparecían unos senos descomunales para mis entendederas de entonces. Eran como melones de secano en tamaño y, a todas luces, sonrosados y aromáticos a la vista y al olfato... y luego comprobé también que sabrosos al gusto. Solían reventármelos en plena cara mientras reían frenéticas y desencajadas. Fue el primer despertar a mis instintos de macho. Luego vinieron las cosas feas y todo lo demás, que ya conocéis.

Aquellos juegos y experiencias debieron enraizarse con inusitada fuerza y luminosa fantasía en la mente de Salvador Gabarda. Con los años, sus preferencias hacia este tipo de mujeres en poco o nada se ha modificado. Le sigue gustando más un polvo entre gallinas desplumadas y cerdos marraneando a la sombra  de un establo, que otro entre sábanas de hilo y bajo techo con lámpara de cristal de La Granja, incluida.

Para usted, que viene del futuro, le diría que Salvador Gabarda prefiere a las lupitas de los culebrones venezolanos que a las Kathleen Turner de su tiempo. Jamás ha sentido vergüenza  por estas inclinaciones, aunque sí le han llovido de su madre muchas advertencias y recomendaciones, que suele recordar con gracejo y nostalgia.

-Pensaba que estas aventuras podían perjudicarme y hasta encasillarme socialmente en el gremio de la construcción. Solía repetir que eran más propias de los albañiles que de un vástago de buena familia... Como si trabajar en el andamio significara haber nacido de mala gente. Yo iba a lo que iba y, por tanto, no tuve en consideración semejantes estupideces. Para quien lo ha experimentado, retozar con moza ruda y cachonda en un pajar o en una casa que huele a romero es mucho más apoteósico y divertido que hacerlo con chica boba en habitación de hotel o en dormitorio que apesta a colonia de garrafón.

Salvador está convencido de que se goza menos con las chicas de ciudad y más con mozas de pueblo, que tienen añadidas y complementarias virtudes y dan rienda suelta al instinto y a la naturalidad. Son más graciosas, sinceras y agradecidas; y, casi siempre, más limpias y pudorosas. Te enseñan que la escuela de la vida es más importante y aleccionadora que las academias de pago o los colegios de monjas.

-De ellas aprendí todo lo que sé; incluso, recetas maravillosas de sus abuelas, y economía doméstica, además de ordeñar a las vacas y de cantar letrillas populares ya olvidadas y, sobre todo, me enseñaron a reír.

Gabarda ha conservado de su rica y dilatada vida sentimental un archivo amplísimo y muy detallado. Hay en él fichas de casi todos sus escarceos y aventuras amorosas. En ellas no sólo ha ido reflejando las dudas y pesares, desengaños y éxitos, depresiones y euforias, sino también datos sobre las mujeres con las que ha estado que podrían servir para una tesis doctoral. Las tiene catalogadas por sus virtudes, defectos y aficiones, por sus vicios, caprichos y maldades, por sus estados civiles, países y razas. Todas están localizadas geográficamente. Cualquier cambio, después de una ronda de contactos epistolares, que le son correspondidos, refleja cualquier cambio, con rigor y puntualidad, en las fichas, que pasan de las doscientas treinta. Para él, que es bastante selectivo, la cifra no representa un récord. Tiene hasta fotos de todas, que jamás  ha enseñado porque, se vanagloria de ello, es un señor.

-Ni doy nombres ni cuento mis aventuras, porque soy un caballero y, además, generaría envidias y podría correr mi “body” peligros innecesarios...

Y ha sido entonces cuando ha contado la anécdota vivida ésa misma semana por la actriz y el torero...

-¿Sabéis  lo que acaba de pasarle a Luis Miguel Dominguín? Me lo ha contado esta mañana mi padre entre risas y con mucho gracejo. Dice que el martes, el torero, después de cepillarse a la Ava Garner, se subió los pantalones a toda velocidad y salió corriendo. Ella, sorprendida  y  algo desconcertada, le preguntó que a dónde iba con tanta prisa. Y él, pletórico y con gran regocijo, al tiempo que cerraba la puerta del dormitorio y de la bragueta, le respondió... "A  contarlo, mujer, a contarlo... Y ha sido mi padre el primero en saberlo; que, como todos conocéis, es muy amigo del maestro, que le ha llamado enseguida... Un gesto de muy poca  hombría –¿no cree, usted?-; eso está muy feo, que ya está bien de aventuras amorosas para tener un argumento de conversación...  

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario